sábado, 9 de junio de 2012

Medid,medid...¡¡medid malditos!!

Vuelvo a mi estado de irritación, crispación crónica o como quieran llamarlo. Pero seré muy breve esta vez porque venía preparando una entrada para este blog bastante extensa y repleta de datos que confirmarían mi  hipótesis de trabajo, y los acontecimientos político-económicos de los últimos días me han conducido a acelerar los trabajos. Es decir, que simplemente me desfogaré un poco aquí a la vez que voy anticipando la materia del próximo post.

Y mi indignación esta semana viene alimentada por la cantidad de tonterías que vengo oyendo en todos los medios alrededor de lo que tiene que hacerse o no hacerse acerca del caso Bankia y de la crisis de credibilidad del sector bancario español y por extensión de toda la economía española y del propio país como tal. Cifras y más cifras, cada cual desatinando un poco más, hablando de lo que no saben, de lo que no conocen, y todo ello, y lo resumo aquí para no aburrir más al lector, por culpa de la proverbial estulticia y autocegamiento de la clase política situada en tareas ejecutivas, de la clase política situada en labores opositoras y por extensión, en general, de los cuerpos administrativos de altos funcionarios, especialmente los dedicados a temas no presupuestarios. Y por qué me preguntarán...Pues sencillamente porque los indicadores que  manejan, o mejor dicho, que manejamos, ya que yo mismo me incluyo, no son fiables, y eso cuando hay indicadores. Tengo muy confirmado que ningún político de los que me han dirigido (esto es un eufemismo encubierto, me refiero al uso del verbo dirigir) ha sido capaz de preguntarme de dónde salen esas cifras y sobre todo, cual es el algoritmo de cálculo, la metodología utilizada, qué excepciones contemplaba, alcance y  sobre todo la fiabilidad, confianza, existencia de estándares, comparaciones con otros indicadores o mejor dicho, existencia de indicadores reconocidos con toda esa información antes mencionada, bien establecida y definida.

No amigos y amigas lectores, nunca, nunca se han preocupado de todo eso. Pero es más, es que lo extiendo al común de los españoles. Una sencilla encuesta informal a mis compañeros y compañeras de oficina sobre su economía doméstica me viene a decir que la información detallada de gastos e ingresos (esto último sencillísimo por culpa de nuestra dependencia de una simple nómina, sin parte variable) les es ajena. Nadie fue capaz de decirme cuánto se gastaba en combustible al año, cuánto en peajes, cuánto en electricidad, en alimentación, en espectáculos...Bueno, pues aunque parezca un lunático, yo sí que me molesto en anotar y clasificar mis gastos y en conocer cómo me pueden afectar las subidas de ciertos productos y no las de otros. Creo que les aburro con mi insistencia en dotarnos de una batería de indicadores, pero de indicadores en su sentido más técnico y más extenso de la palabra, acercándonos a lo que contempla la norma UNE dedicada a estos menesteres (sí, para todo o para casi todo hay una norma, una forma sensata y concienzuda de hacer las cosas, en este caso medir). ¿O es que no se acuerdan de por qué se estableció el sistema métrico decimal? El enorme esfuerzo que dedicaban los comerciantes internacionales en hacer cálculos y más cálculos para hacer comprensibles los precios y para poder consolidar sus ventas en las cuentas de las empresas. Y no tenemos que irnos muy lejos, porque ahora mismo necesitas una vista de lince para poder conocer el precio del kilo de lo que contenga cualquier lata de conservas, o para conocer el precio del litro de suavizante, de lejía, etc, de tan variados envases y volúmenes, con ofertas y contra-ofertas...La labor de medir el precio final para el pobrecito cliente se vuelve imposible.

Pues extendido este pensamiento al mundo de la banca, de la presupuestación pública o de las grandes finanzas y concluirán conmigo que estos magníficos auditores que nos han visitado, sí, los del Fondo Monetario Internacional, habrán elaborado un informe técnico con la cifra final que necesita el sistema bancario español para conseguir su saneamiento final, de la que no tendría yo ninguna confianza. ¿Cómo es posible que el Gobierno de Rajoy no haya conseguido saberlo en 6 meses a los mandos del Estado?¿Cómo es posible que el Banco de España tampoco la sepa, o al menos, nos digan los primeros que los segundos les engañaron en el caso Bankia? ¿No será que nadie tiene interés en conocer la cifra del despropósito porque nos traería pistas de quiénes han metido mano en la caja, valga la figura literaria no buscada? ¿O se trata de que realmente no hay sistemas sólidos de indicadores con metodología de cálculo contrastada?

Medimos poco o muy poco, y bastante mal, con poca precisión, y sobre todo con poquísimo interés en mejorar los cálculos, en buscar tendencias y en extraer consecuencias de las mediciones realizadas para intentar mejorar nuestra gestión pública. A nuestros políticos, a nuestros funcionarios, a nuestros ciudadanos no les interesan para nada esos indicadores de eficiencia, de eficacia, de impacto... Pero así no podemos seguir, teniendo que aceptar que nos vengan los auditores del FMI a darnos esa cifra. Así no podemos seguir, viendo en una rueda de prensa de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, cómo sus consejeros titubeaban, inseguros, al pedir los periodistas datos. Y eso que estos últimos apenas si tienen agudeza en su crítica, incapaces de exigir método, consistencia y confianza en los datos aportados por los políticos, que tan pronto pueden hablar de kilos como de toneladas, sin el menor rubor. Insisto en que es un mal crónico de este país, y si queremos estar en la Champions League de los países más adelantados tenemos que aprobar esta asignatura con nota. Ahora tenemos una calificación de muy deficiente. Es la realidad incontestable. Las propuestas que siempre incluyo al final de cada post se describirán con detalle en otra entrada que verá la luz en próximos días. A ella les remito amigos y amigas lectoras.

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