miércoles, 6 de mayo de 2015

Reformando impuestos...empezando la casa por el tejado

Está en el ambiente, se palpa, se huele, se percibe, se siente que algo está moviéndose en el desértico imaginario político español, o mejor dicho, de los españoles. En el primero, en cuanto a alcance, incluiría tan sólo al de los partidos políticos tradicionales, y en el segundo, pese a su obviedad, a aquello que pensamos, aceptamos y sentimos respecto a un hipotético ideario político el conjunto de los españoles como colectivo o inmenso grupo social.

Este segundo imaginario, parece que ya no acepta, al menos eso dicen las encuestas, o lo que deducimos de las conversaciones informales con nuestros amigos y conocidos, que todo pueda quedar igual, que sigamos votando lo mismo, y creyendo que votar cualquier otro desconocido o recién llegado es un ejercicio pirotécnico de alto riesgo, como un inmenso petardo nacional que puede hacer estallar el mundo que conocemos y en el que, en general, malvivimos como podemos, unos pocos mejor y la mayoría bastante peor que la media.

Ya no se acepta, pero porque ya no nos creemos nada de lo que cuentan y prometen. El descrédito del discurso único económico vigente ha llegado a tal nivel de hastío y "cansinismo" que la demanda de cambio radical deja de provocar vértigos en el común de los españoles. Son ya demasiados millones de votantes los que no tienen nada que perder si "el experimento" se va a pique y con él, nos arrastra a todos y a todas (por una vez iguales). Y casi mejor, para que reaccionemos todos, los afortunados y los que están a punto de ser desafortunados, de ser descabalgados de su magnífica posición de clase media, próspera y con sueños de una jubilación dorada sin madrugones y cabreos laborales. 

Han perdido el control de las masas desgraciadas, movilizadas ante la amenaza de que el cambio para peor no es transitorio. Al contrario, su permanencia en el tiempo sólo nos hace pensar en que ha venido para quedarse, para fosilizar la miseria y la pobreza de una gran mayoría. Y eso es ya mucha amenaza, seis, siete años de vacas flacas, mientras el recuerdo de los años gloriosos en los que España se convirtió en la 8º potencia económica mundial se va desvaneciendo en nuestra memoria colectiva de nación.

Pero qué ocurre cuando has decidido actuar como ciudadano comprometido o simplemente como ciudadano machacado, laminado por la crisis laboral y social eterna en la que vivimos. Te dices que darás el paso, que cambiarás tu idea de que tu voto no sirve para nada, que no harás caso de los derrotistas y amargados que nos rodean, y que tampoco harás caso de los que auguran desastres económicos "bolivarianos" que arrasarán los fundamentos de credibilidad internacional de España, que nos transformarán en parias del occidente europeo.

Tal es la angustia que provoca en algunos de nosotros, que incluso, en medio de un proceso electoral de un ámbito que poco tiene que decir de las grandes finanzas estatales y de reforma o incluso recreación del sistema impositivo español, nos tentamos la ropa y antes de nada, empezamos a investigar los programas económicos de los nuevos partidos alternativos que han surgido con fuerza desde las elecciones al Parlamento Europeo en 2014: por un lado Ciudadanos y por otro lado Podemos.

Creo que tocar el bolsillo de la gente corriente por parte de los gobiernos debería constituirse en un proceso muchos más transparente que el actual y sobre todo, en un momento temporal posterior al de definición de lo que queremos hacer, construir, sostener con esos impuestos. Por desgracia, la correcta cuantificación de los costes de los servicios públicos no es un punto fuerte de este país. El sistema contable se acaba perdiendo en vericuetos incomprensibles para la mayoría de los ciudadanos, con una carga de tecnicismos que lo hacen opaco de hecho. Y no digamos si lo que queremos es establecer los niveles de prestación de servicio público, empezando por la sanidad y siguiendo por la educación, como dos enormes pilares sobre los que descansa el estado del bienestar que pretendemos desarrollar y mantener.

El ciudadano medio desconoce esos costes, y cómo se acumulan en una cuenta general de ejecución presupuestaria (que por cierto, está disponible casi siempre con algunos años de demora para análisis general, pero no detallado). Y no conociéndolos, le obligan en plena campaña a votar por un programa político donde se pretende establecer a grosso modo el nivel de ingresos presupuestarios vía impuestos, sean directos como indirectos. En esos programas nos hablan en términos muy genéricos de subir el IVA, de bajar el IRPF, de cambiar tramos y así, de nuevo, una larga retahíla de términos oscuros de la jerga fiscal.

Como creo que comprenderá el lector, así sólo se repiten los viejos modos, las engañifas y las ambigüedades calculadas, dejando  bien a las claras que al ciudadano medio, conceptualmente ignorante de los mecanismos presupuestarios y de política fiscal, lo mejor es envolverle en un papel de regalo (siempre es más atrayente) el ideario básico y sin muchas concreciones, sobre todo pensando en la oposición, para que no nos lo reclame una vez en el gobierno. Mejor siempre no dar cifras concretas, ni fechas, ni planes, ni cronograma de trabajos. Que quede todo el aire, como flotando...

Entonces es cuando yo me pregunto si los partidos políticos de reciente creación realmente traen algo nuevo, fuera de presunciones de limpieza en la práctica política y de gobierno (fundamentalmente porque no han alcanzado aún el poder), en su forma de proceder respecto a este problema crucial: qué queremos hacer, qué servicios públicos prestar, a quiénes, y con qué niveles de servicio. Y una vez decidido, establecido, calcular los costes asociados y por tanto, saber cuánto necesitamos recaudar vía impuestos. Si ya tenemos el cuánto, aparece la segunda pregunta, que no es otra de "a quién" se lo confiscamos, o como dicen los expertos en estos temas, "quiénes serán los sujetos pasivos" (siempre he estado en contra de esa desafortunada expresión porque iguala a los ciudadanos, que ejercen sus derechos políticos, a simples fincas rústicas o inmuebles). Es en este momento cuando entramos en harina, o dicho de otro modo,  cuando te hacen harina (permítanme este mal chiste).

Pero si no se sigue este orden, la estafa política a la ciudadanía está conseguida. Nos prometen bajadas de impuestos como magnífico señuelo, y si picamos el anzuelo, la respuesta inmediata es la de reducir el nivel de servicios públicos, sobre el que aparentemente hay un consenso social estable y aceptado y del que nadie ha hablado durante la campaña electoral, no sea que el ciudadano medio se de cuenta de que nada es gratis (como si no lo supiera) asimilándole a un niño ignorante, y empiece a exigir el nivel de servicios públicos máximo y con el coste mínimo, es decir, reclamando la eficiencia en la prestación de esos servicios. Y de ahí, la exigencia de responsabilidades políticas a los gobernantes que no lo consigan por ineficientes y corruptos, sería directa e inmediata. Por tanto, mejor no hablar de lo que hay que hacer o dejar de hacer, pero sí hablar de los impuestos con los que se financian. Definitivamente nos toman por tontos. ¿Lo seremos realmente? Me temo que sí.

Sea como sea, esta vez me resistiré como gato panza arriba y dedicaré durante este periodo electoral de elecciones autonómicas y locales, y a finales de 2015 de elecciones generales, un tiempo precioso de mi tiempo libre, a ser ciudadano activo políticamente, revisando los programas electorales. Y la propuesta pasa por:

1- revisar si la metodología que utilizan esos partidos es la que he expuesto en esta entrada del blog (establecimiento de inversiones y servicios públicos, niveles de prestación, a quién prestarlos, para cuantificar cuánto cuesta todo eso, y a continuación, cómo dotarse de medios financieros para llevarlos a cabo, es decir, qué clase  de impuestos, a quién se los impondremos y con qué niveles o tipos, tramos, etc). Si no se define así, colocaré un enorme cero en la casilla de metodología.
2- para el que supere la primera prueba, pasará a ser analizado en cuanto a aquello en lo que gastar, y en función de mis necesidades, puntuaré de 0 a 10, y de nuevo puntuaré de 0 a 10 en cuanto a las necesidades de alguno de los colectivos a los que pertenezco, en función del tipo de elecciones y de la influencia o pertinencia de las mismas en ese colectivo prioritario.
3- Finalmente, analizaré el sistema impositivo propuesto en cuanto a justicia social, políticas  fiscales redistributivas, transparencia y simplificación de la normativa tributaria que proponen, y también del interés, en forma de propuestas concretas, en eliminar el fraude fiscal. De nuevo puntuaré de 0 a 10.

Con esa información, mi método  identificará el programa electoral que mejor se adecué o que se acerque a mi ideología básica de ciudadano progresista. Espero no llevarme sorpresas en este largo proceso de "desideotización" política en el que me he embarcado. Ya les iré contando...