domingo, 14 de julio de 2013

La motivación del funcionario público: ¿pero existe?


Esta entrada surge como una revisión profunda de mi experiencia de casi 25 años en la Administración Pública en respuesta a un pequeño debate abierto por Sergio Montesa en Linkedin. Aunque empezó todo como una broma sobre si había miles desmotivadores en ese hipotético catálogo que pretende elaborar Sergio, su interés en poner por escrito en una lista la relación de tuits recibidos, me ha animado a comentarlos y añadir unos cuantos más. Estoy totalmente de acuerdo con el hecho de que se puedan considerar lados de la misma moneda, que inclusión o exclusión de un simple “no” en la frase sirva para transformar en desmotivador lo que parecía algo motivador. En cualquier caso, ni soy un experto en motivación ni mucho menos creo que vaya a descubrir aquí nada que no sepamos todos, principalmente los que estamos dentro de cualquier Administración Pública.

Espero que no se aburran, porque me ha quedado muy extenso. Para quienes no han conocido el inicio del debate, les diré que está en http://lnkd.in/4dZTzS y que la lista inicial comienza con 19 motivadores y 8 desmotivadores. No me he podido aguantar y he incorporado con malicia descarada otros 20 desmotivadores. Espero que Sergio entienda que quiera llegar a mil. Tal vez los 15 años que me faltan para la jubilación me ayuden a identificar los que me faltan…La apuesta sigue en alto.

Motivadores


  1. Podemos dedicar parte de nuestro tiempo a trabajar en los “auto”: auto-conocimiento, auto-refuerzo, auto-satisfacción,...
Realmente estamos hablando de mejora personal. Aquí es donde siempre acaba apareciendo la frase fatídica, justo cuando vamos a pedir la llave del servicio o retrete ante una necesidad imperiosa, “usted tenía que haberlo hecho en casa, aquí hay que venir perfectamente preparado”. Por tanto, igual se aplica al funcionario que al no funcionario, y por tanto, es un tanto tramposa esta motivación. Deberíamos diferenciar aquello general de lo que es estrictamente particular o específico de la Función Pública.

Pero es que también podemos aplicar el prefijo auto al engaño, y ahí queda muy mal, sí, autoengañarnos, haciéndonos creer a nosotros mismos que podemos aprender, formarnos, entretenernos durante las largas horas de tedio en las que nadie cuenta con nosotros. Yo lo he practicado muchísimo, y creo que lo seguiré practicando, pero en el fondo, cada vez soy más consciente de que me autoengaño porque no doy ningún paso adelante para forzar al sistema político actual a cambiar completamente su dirección actual, de forma que todo ese conocimiento y preparación que tengo sea realmente utilizado en la mejora del servicio público. La pasividad

  1. La vocación de servicio: nos mueve el dar un servicio de calidad a los ciudadanos, percibir sus necesidades (escucha activa) y el poder dirigir nuestros esfuerzos hacia ellas
Efectivamente este es uno de los grandes motivadores de cualquier buen funcionario “vocacional”, pero si añadimos el calificador “servicio público”, que lo diferencia del “servicio social”, altruista o como lo queramos llamar (no es exactamente lo mismo puesto que un funcionario está obligado a actuar dentro de la legalidad establecida so pena de prevaricar, tiene por tanto un estatuto especial). Esto es algo que no se quiere reconocer precisamente por quienes denostan la Función Pública continuamente. Si ya seguimos con la frase, entonces no estoy tan de acuerdo. Es cierto que queremos dar un servicio público de calidad a los ciudadanos, pero lo de percibir sus necesidades (escucha activa), puede convertirse en el gran desmotivador cuando dejamos, como funcionarios, de atender el bien común, y particularizamos en exceso ante quien protesta o reclama más. Eso es peligroso. Reciéntemente fui objeto de un ataque “desmotivador” mientras me encontraba atendiendo el Registro de mi departamento por una necesidad puntual, de apoyo momentáneo a un subordinado que había que tenido que salir precipitadamente. No había recambio y le tocó al jefe, es decir, a mí, atender a esa persona que pedía registrar un documento. Le comenté que no hacía falta que se desplazara hasta el Registro habiendo una oficina virtual donde podía entregar cómodamente esa documentación, con plenas garantías legales, a lo que me respondió en forma de “coz verbal” con una frase lapidaria “eso lo hacéis precisamente para que trabajemos nosotros en lugar de vosotros los funcionarios”. Efectivamente, en el grupo genérico de ciudadanos a los que queremos dar un servicio público de calidad, encontraremos también a nuestros peores enemigos y hay que estar muy preparado para no venirte abajo cuando te lanzan improperios por pretendidos o reales avances que no son siempre bien vistos por todos.

  1. El crecimiento personal y profesional: nuestro trabajo no sólo nos permite ser mejores profesionales cada día sino que también nos permite mejorar como personas

Esto también es muy genérico aplicable a cualquier profesión. Es un poco trampa y por tanto no voy a entrar en comentarlo. Yo personalmente me lo aplico, pero no por ser funcionario, sino por querer ser mejor persona, mejor trabajador, con independencia de dónde trabaje.

  1. Tenemos claro cuál es nuestro rol, nuestras funciones, y los objetivos (los “para-qué”)

Uffff, esto sí que no. Para nuestra desgracia, vivimos en una época en la que la mayoría de los funcionarios públicos no especializados (entre los especializados incluyo a policías, miembros del ejército, sector sanitario, prisiones, sector enseñanza…) carecen de una visión clara reconocida de lo que es su rol, sus funciones y mucho menos sus objetivos. Al no tenerlo tan claro como se afirma aquí, se convierte en un gran desmotivador, en el que las frases “no me pagan por pensar” y “a mí mientras me paguen al final de mes me da igual todo”, están a la orden del día. Escuchar eso de compañeros de trabajo en la Función Pública es muy desmotivador.

  1. Nos sentimos útiles: nuestro trabajo al final cubre una necesidad real de los ciudadanos y no una necesidad ficticia interpretada por un intermediario (o pseudo-representante) de ellos

Efectivamente, vuelvo a diferenciar entre sector público especializado y no especializado. En el segundo, la definición de utilidad se diluye como el azucarillo en el agua, porque precisamente suele tener un carácter muy generalista sin efectos o impacto directo en los ciudadanos. Es cierto que somos minoría en la Función Pública, pero también hay que pensar en el sector público especializado que no lo tiene nada fácil. Si comenzamos por el sector de la enseñanza, observamos unas cifras de enfermedad profesional muy altas precisamente cuantos más años esté trabajando esa persona, maestro, profesora…Es escaso reconocimiento social a su labor en sectores de población que no comprenden ni valoren lo que significa un servicio público gratuito hace mucho daño.

  1. Notamos el avance, que nos acercamos aunque sea de forma lenta al objetivo marcado

Este es precisamente un gran desmotivador, la continua sensación de que no acabamos nunca de tener los proyectos rematados, de que siempre hace falta algo más, o de que nos desmantelan o privatizan sin miramientos lo que tanto tiempo ha costado llegar a hacer funcionar relativamente bien. No es tanto la lentitud como la obligación de nunca parar, de que siempre tiene que estar abierto, puedas o no puedas, lo hagas bien o sólo a medias, chapuceando para salir del paso contra viento y marea. Suele ser decepcionante y martillea continuamente los ánimos de quienes con optimismo vuelven cada día a la oficina administrativa.

  1. Participamos en proyectos de trascendencia, que tendrán un impacto positivo en un colectivo grande de ciudadanos o en un colectivo desfavorecido de ellos, y este impacto perdurará (sentimiento de orgullo)

Muchas veces somos nosostro/as mismos los que pensamos que son proyectos de trascendencia cuando realmente no son percibidos así por la ciudadanía. A veces me quedo pensando si realmente no los proyectamos para nuestra satisfacción personal, para estar “entretenidos” y así motivarnos, auto-engañarnos. Los sistemas de gestión de calidad precisamente intentan siempre obtener la voz del cliente, maldita palabra en manos de funcionarios. Pocas o muy pocas son las encuestas que tienen conclusiones y un plan de trabajo derivado, que se utilice luego en esos proyectos de trascendencia.

  1. Podemos poner en práctica todas nuestras habilidades y conocimiento, están salen “a flote” y se aprovechan

Igual de motivador puede ser de desmotivador cuando nadie te pide que pongas en práctica tus habilidades. Incluso diría más, peor aún es que te utilicen, para obtener una información, un análisis o un estudio que finalmente es “reelaborado” externamente por una consultora a la que estás obligado a entregar la información, como a veces es mi caso. Incluso me la han pedido internamente otros compañeros que acaban entregándola a esa consultora contratada por el político de turno que no sabe, ni quiere saber, qué nivel de talento, habilidades y conocimientos tiene la plantilla que dirige.

  1. Evitamos vernos reflejados en los “funcionarios institucionalizados” y convertirnos en uno de ellos

¿Debe entenderse a los funcionarios institucionalizados como funcionarios apoltronados? Bien, puedo estar de acuerdo con que la posibilidad de verme comparado con ese tipo “poco frecuente” de funcionario me moviliza, me motiva en extremo, hasta el punto de intentar hacer todo lo contrario de lo que hagan ellos. Si leen el periódico en la mesa, yo no lo leo, si ellos desayunan inmediatamente después de iniciar la jornada, yo vengo desayunado y peinado de casa, si ellos toman un aperitivo a la una de la tarde yo no lo hago…bien, es cierto que es un motivador activo en mi caso.

  1. Nos mueve el objetivo de nuestro proyecto, independientemente de nuestra posición laboral y no nos fijamos (en exceso) en el sueldo y la posición de otros

Eso ya no es tan cierto. Entre los desmotivadores que yo mismo he añadido a la lista inicial, mencionaría bastantes, de carácter general (hay que reconocerlo), que influyen muy negativamente en que el funcionario en general, se motive porque le interesa alcanzar el objetivo de su proyecto. Nos fijamos demasiado en los rangos, niveles salariales, y precisamente las comparaciones con respecto al que menos hace, acaban arruinando cualquier proyecto de mejora dentro de las distintas unidades administrativas.

  1. Participar activamente en las redes sociales nos permite adquirir nuevos conocimientos y nuevas visiones aumentando nuestras capacidades y nuestro campo de visión

Bueno, realmente es una huida hacia delante de quienes no deseamos alejarnos de las bases sociales que nos mantienen, en una palabra, que no nos sentimos seres de otra galaxia, con privilegios y prebendas especiales, por encima del bien y del mal. En ese caso, y para quienes así pensamos, las conferencias, los grupos sociales, los proyectos más o menos “viables” de cooperación interadministrativa se convierten en una oportunidad para oxigenarnos. Pero no nos engañemos, no es un motivador, sino una automedicación para aliviar nuestra ansiedad.

  1. Tenemos una enorme satisfacción cuando conseguimos que un cambio se haga realidad y te llamen de otras áreas mostrando interés para aplicar la nueva fórmula

Es cierto. Me ha ocurrido más de una vez, y también me ha ocurrido que se vuelva contra mí esa llamada, porque hay quienes quieren ese cambio  “llave en mano” sin pasar por  las 8 etapas que resume magistralmente Kotter. Ni saben nada de este autor, ni por tanto, entienden a nadie que haya practicado esas recomendaciones. Todo fácil, ya mismo. Y como no se lo das, eres un mal compañero.

  1. Aumentamos nuestra autoestima cuando nos piden colaborar con proyectos para mejorar la situación actual

Este motivador realmente tiene poco recorrido. Lo digo con la experiencia de haber sido llamado en unas cuantas ocasiones para colaborar es proyectos de cierto alcance con objetivos bastante ambiciosos de cambio. Y tiene poco recorrido porque generalmente el esfuerzo dedicado, al menos en mi caso, siempre lo fue a costa de tiempo dedicado a mi propia unidad, es decir, debilitando el desarrollo de mis propios proyectos. Con ese “debe”, si el “haber” externo no llega a materializarse, y no digo ya reconocerse en las altas instancias políticas, el malestar que se va acumulando deteriora progresivamente la imagen idílica que inicialmente tenía de que en esos proyectos es donde se “corta el bacalao”. No siempre es así, más bien, pocas veces lo es, y por tanto, al cabo de unas cuantas experiencias cuando menos indefinidas en cuanto a resultados, decides “reservarte” para aquellos proyectos en los que conozcas quien lo lidera, si te merece confianza y por supuesto, manteniéndote a la expectativa en cuanto a esfuerzo dedicado al proyecto, no sea que acabes quemándote mucho más aún de lo que ya estás.

  1. Nos enfadamos cuando sufrimos el encorsetamiento de la administración ampliando nuestro deseo y convencimiento que necesitamos cambiar algunas cosas.

No sé si enfadarse es una motivación. Al menos para mí, es una válvula de escape para mantener mi salud mental más o menos sana. Lo del deseo del cambio lo trato precisamente en unos cuantos desmotivadores nuevos de la lista inicial de 9 que estoy aquí comentando.

  1. Nuestras acciones ayudan a “despertar” a algunos, mostrándote su agradecimiento para ayudarles a mejorar y ver la posibilidad de salir del pozo en el que se encontraban sin ver la salida

Aquí hay de todo, como en la botica, porque la palabra “despertar” puede interpretarse de muchas maneras, y algunas no son precisamente deseables. Aun así, este es, junto con la vocación de servicio público, el otro gran motivador, la idea de arrastrar, liderar, dar ejemplo de buen hacer para rescatar a los y las funcionarios rescatables, la de crear tejido funcionarial sano que permita construir órganos administrativos que consigan producir bienes y servicios públicos de calidad.

  1. Recibimos mayor confianza de otros colegas de trabajo, mostrándote sus problemas y sus necesidades, que hasta ahora no habían sido capaces de exponer

Creo entender la frase, pero no lo aplicaría a algo motivador. Realmente aquí estamos hablando de lloros y confesiones varias, además de chascarrillos varios, que se ven incrementados sobremanera cuando alcanzas jefaturas de nivel intermedio, donde la soledad es algo habitual. Esa soledad del capitán en el frente de batalla es la imagen que me viene a la mente y que se intenta remediar con entradas en tu despacho y cierre de puerta para poder “aliviarnos” mediante una comunicación franca con alguien de confianza. Pero eso no es precisamente algo motivador, sino un signo de la desunión interna que caracteriza a los miembros de la Función Pública.

  1. Los proyectos en los que participamos requieren mucha dedicación y no estamos dispuestos a dedicar tiempo a enfadarnos con la situación y vernos afectados por el entorno. Eso nos impediría avanzar

De nuevo estamos en una situación egoísta, que comentaré más tarde. Es decir, en lugar de luchar contra un sistema obsoleto y poco eficiente, una vez que tengo algo que hacer, me sumerjo en un trabajo más o menos gratificante para mí, y me olvido del resto del mundo, incluso de si el proyecto en el que trabajo tiene futuro, sirve para algo o si acabará en el cubo de la basura. No es algo motivador.

  1. Estamos convencidos que quejarse y no hacer nada no mejorará la situación. Lo único que puede mejorar la situación es actuar

No hemos avanzado respecto al punto anterior. Queremos actuar, lo que consideramos motivador, pero actuar con lo que sea, con lo que tengamos a nuestro alcance, estar entretenidos, para acallar nuestra conciencia, para sentirnos útiles. Y ahí es donde empleamos nuestras energías, olvidándonos de los objetivos de gran alcance que sean comunes a todas la Administraciones Públicas.

  1. Sentir que contribuyo positivamente a la sociedad y que el dinero público está bien invertido

Seguimos dando vueltas a lo mismo, a la idea de que realmente nos estamos ganando el sueldo que nos pagan los demás ciudadanos, tranquilizando nuestras conciencias. No veo nada distinto del gran motivador, el principal, “tener vocación de servicio público”.



Desmotivadores


  1. Se cuestione nuestro trabajo o la forma en que lo realizamos

Suele ser habitual escuchar frases negativas de quienes nos gobiernan, de los medios de comunicación adictos a esos gobernantes, al sistema partitocráctico que tiende sus tentáculos por todas partes, cuando se refieren al trabajo “en general” de los funcionarios. La entrevista a Rosell, presidente de la patronal por parte de Jordi Ebole en el programa Salvados, no tiene desperdicio. Llega a decir ese señor, que un ministro le había “confesado” al abandonar su cargo que no pudo hacer nada durante ese tiempo porque los funcionarios de su ministerio le tenían bloqueado. En fin, con semejantes patrañas y dislates, cómo no vamos a desmotivarnos.

  1. Sólo se tienen en cuenta detalles menores y secundarios de nuestro trabajo

Realmente no se tienen en cuenta, porque no tienen ni idea de lo que hacemos. Jamás en mi vida de funcionario en 25 años he visto a un alto cargo político pasar revista a las distintas funciones que deben llevarse a cabo en su Unidad, departamento, o como lo queramos llamar. Si no saben qué hacemos, si les importa un bledo, cómo van a distinguir lo principal de lo secundario. Esa actitud política, de los que llegan cada vez que hay un cambio en la cúpula, ya es previsible para mí, y para la mayoría es desmotivadora. A mí personalmente ya no me desmotiva, sino que es una aliento para indignarme y movilizarme en la denuncia del sistema actual.

  1. No hay una valoración (no nos referimos al reconocimiento sino a dar valor) del esfuerzo realizado

Por supuesto que ni hay valor, ni medida de nada o casi nada. Ahora, sólo ahora, en el informe CORA he leído que se pretende medir la eficiencia en la prestación de los servicios públicos. Por supuesto que no hay mención al cómo, ni se habla de cómo relacionarlo con el dimensionamiento de las distintas unidades administrativas. A los veteranos nos desmotiva cómo se da la espalda al problema, por parte de la clase política, sea del color que sea, y se buscan alternativas “interesadísimas” para evitarnos, en forma de contratos no necesarios, convenios, privatizaciones, etc. Claro que desmotiva ese comportamiento.

  1. No tenemos la posibilidad de decir “NO” a las tareas que se nos encomiendan o a dudar de la forma en que hay que ejecutarlas (justificando la negativa, claro)

Alguno dirá que eso va con el cargo, pero no es así. Creo que se puede y debe decir que no, motivando especialmente cualquier ilegalidad. Más adelante comento temas relacionados como el mutismo, el servilismo, etc.

  1. Todas las decisiones se toman pensando en el ahora (la coyuntura), no hay una proyección en el futuro de nuestra misión (una visión clara)

Es uno de los aspectos más desmotivadores a tener en cuenta si queremos mejorar la Función Pública. Y es tanto más perjudicial cuanto más alto te encuentras en la jerarquía y cuanto más te preparas y actualizas tus conocimientos. Es realmente penoso observar que los conceptos plan estratégico, desarrollo operativo de planes, indicadores, cuadros de mando, etc, en general son desconocidos, o peor aún, manipulados por los cuadros políticos de turno, para hacer ver que están al día en materia de gestión, cuando realmente no tienen ni idea, y que incluso, lo único que pretenden en sacar el máximo partido al presupuesto que manejan de una manera poco edificante. Esto también desmotiva y mucho.

  1. No nos identificamos con nuestra organización: cuando nos presentamos en otros foros no laborales

Ah, sí, la vergüenza de confesar que somos funcionario/as…Que suele ser por dos motivos. El primero es el de evitar que nos miren con odio, envidia, desprecio o similar cuando nos identificamos como funcionarios, y la segunda es la de evitar que nos hagan “encarguitos” cuando descubren que podemos serles útiles a esos amigos, familiares, vecinos, etc. Generalmente son los funcionarios de Hacienda los que más lo ocultan, especialmente al comprar algo que podría hacerse sin factura y escamotear “por una vez “ el IVA. Si confiesa que es de Hacienda, no habrá ni un solo comerciante al que consigas convencerle de que te haga el favorcito.  Pero dejando a un lado los chascarrillos varios, lo cierto es que no sentimos ningún orgullo de ser lo que somos, servidores públicos. No sé si es desmotivador o más bien un síntoma de nuestra baja estima.

  1. La tareas se hacen “como siempre”, siguiendo el procedimiento establecido, como si fueran mandamientos divinos

No es que esto sea desmotivador, sino más bien, que no se establezcan sistemas de calidad en la que la mejora continua de esos servicios públicos para aumentar la satisfacción del ciudadano sea el objetivo principal. Debería ser obligatorio que cualquier administración pública, y cualquier servicio público estuviera amparado o inscrito en un sistema de gestión de calidad, lo que daría voz y sentido a quienes tienen ideas o propuestas de mejora. Así no quedaría en manos de cualquier jefe o jefa que no quiera complicarse la vida, que no se implique (volveré sobre esto de la implicación de jefaturas más adelante).

  1. En la Administración todavía se trabaja bajo modelos “jerárquicos”, en lugar de apostar por modelos más “redárquicos” (en red) por lo que no se aprovechan todas las capacidades (fuga o desperdicio de talento)

Más que de fuga, que en época de crisis suele ser algo muy hipotético y casi no se ve, hablaríamos de desperdicio de talento. En su momento, hace más de 15 años, pasada la euforia de la NGP, llegó la moda de la red, del trabajo en red. Me entusiasmé con la idea. Leí a Castells y su sociedad en red, y a muchos otros hablando de sus enormes ventajas. Ahora estoy en una fase bastante menos eufórica porque percibo un problema insoslayable: a nuestra clase política no le interesa  que trabajemos en red, que simplifiquemos, que innovemos en gestión. Perderían sus chiringuitos. Ahora son el gran problema para el cambio.

  1. La pasividad del funcionario.

Lo diferencio del mutismo, que es comentado más tarde. Aquí me refiero a la inacción continuada ante avances necesarios que hay que poner en marcha cuanto antes pero que son sistemáticamente ignorados, actuando como los avestruces, metiendo la cabeza en la arena ante cualquier amenaza en el horizonte, o utilizando el “lanzamiento” de documentos a otras unidades administrativas para quitarse el problema de encima (hablo de irresponsabilidad más adelante). Me viene a la memoria la canción “el aldeano tiró, tiró la piedra…”.

  1. El sentido trágico de nuestro sino.

Se ha comentado en diversos puntos anteriores y en general en la frase más desmotivadora que puede escuchar un funcionario recién obtenida su plaza en una oposición: “muchacho/a, aquí no se puede hacer nada para mejorar. Cuando lleves 5 años aquí me darás la razón”. Lo tenemos metido hasta los tuétanos, y cuantos más años tengas de servicio más adentro.

  1. Nuestra cobardía o de la que nos rodean.

Aunque ya he comentado algo en alguna propuesta “motivadora” insistiré algo más aquí. En general el funcionario es cobarde, somos cobardes ante los problemas que le ocurren a los demás compañeros, especialmente si son luchadores, perseguidores del cambio, o si se atreven a decir que no al poder político de turno. Sin saber muy bien cómo, esa cobardía va tejiendo una especie de capullo donde el funcionario díscolo queda recluido, apartado, como un bicho raro, alguien al que es mejor no hablar ni encargar nada, no sea que el poder te marque a ti como enemigo también, y por tanto, corras su misma suerte.

  1. El pesimismo creciente.

Y si sumamos el mutismo, el sentido trágico de nuestro sino y nuestra cobardía, acabamos desarrollando un pesimismo creciente que lo invade todo y que contribuye a desmotivar intensamente al personal.

  1. Nuestra insolidaridad cívica.

Tal vez derive de nuestra cobardía y del mutismo tan desarrollado que tenemos, de oír ver y callar, que algunos internamente lo alaban diciendo “para eso somos funcionarios”. Nos desconectamos de la sociedad que nos da de comer, que da sentido a nuestro trabajo. Ni calidad, ni satisfacción del ciudadano, ni nada de nada, ausentes, enclaustrados en nuestras oficinas, detrás de mostradores, o como mucha innovación, con una mesa de casi un metro de ancho entre nosotros y el ciudadano. Y si hablamos ya de conexión global con la sociedad, sólo tenemos que ver los datos de participación activa en huelgas generales o movilizaciones ciudadanas. De nuevo, quienes se quedan dentro lo justifican con el consabido “para esos somos funcionarios”. Pero claro, luego escondemos nuestra condición a los vecinos y en general a cualquier ciudadano con el que nos encontremos. No somos consecuentes.

  1. La envidia.

Es verdad que tiene un carácter general, pero en el caso de los funcionarios es realmente doloroso y desmotivador observar que se antepone a cualquier concepto de servicio público eficiente.  Por ejemplo, vivido por mí como ciudadano y como funcionario: el otro lado del mostrador de atención al público está vacío, el ciudadano espera resignado, pero nadie se levanta a atender porque fulanito o fulanita que debería estar ahí gana más, precisamente por hacer esa labor. Nos da igual lo que sufra el ciudadano, incluso le ignoramos visualmente, e incluso si llegamos por casualidad a atenderle mostramos nuestro enfado, nuestro cabreo por el hecho de haber tenido que sustituir a un compañero/a que gana más que nosotros, e incluso remarcamos nuestra “hipotética” ignorancia respecto al trámite al que nos está obligando la presencia del ciudadano... Y aquí enlazamos con otro desmotivador.

  1. La irresponsabilidad y la arresponsabilidad

Aquí lo he observado en todas partes y en todos los niveles o categorías profesionales, sobre todo cuando tenemos que hacer algo obligados, algo que no acabamos de dominar o que nos llega en un momento realmente inoportuno. Por ejemplo, justo antes de nuestro descanso matutino, del archiconocido “desayuno” (sí, el de las 11 de la mañana…). Pobrecito ciudadano que llegue a esa intempestiva hora porque se encontrará bajo mínimos las oficinas, con personal que muchas veces, la mayoría innecesariamente se declara  “arresponsable” de sus actos en sustitución del titular del puesto. O cuando cogemos el teléfono que no para de sonar, simplemente para que deje de darnos la lata, y atendemos a un mínimo nivel de atención la pregunta del ciudadano, limitándonos a “coger el aviso” o a “dejar una nota al que lo lleva”. Eso sí, la nota tomada carece de casi todos los datos mínimos que hacen que el pobrecito “que lo lleva” sea capaz de preparar de antemano la respuesta, y tenga que requerir del ciudadano “de nuevo” toda la información que ya expuesta en la primera llamada. Y caemos esta vez en irresponsabilidad, cuando hemos tomado esa nota, la hemos dejado sobre la mesa “del que lo lleva” y ni nos volvemos a preocupar de si “el que lo lleva” ha llamado, o ha vuelto de su baja, o si sus vacaciones serán más largas de lo que creíamos.  Nos hacemos irresponsables cuando nos empeñamos en crear un auténtico caos interno en las oficinas al obsesionarnos con pedir las vacaciones todos en las mismas fechas, obligando a crear a las jefaturas o incluso mucho más arriba normas internas de funcionamiento draconianas, del tipo “no firmo ninguna hasta tener todas las solicitudes sobre mi mesa”. Algo que tendría que ser un procedimiento de auto organización de los funcionarios se convierte en una batalla campal donde asoman y a la vez se esconden todas las envidias, egoísmos e insolidaridad que llevamos dentro y que la Función Pública promueve constantemente. También somos irresponsables cuando actuamos de mala fe, emitiendo informes vacíos que no dicen nada para evitarnos problemas, llenos de ambigüedades y en los que no hay intención de ayudar en nada a quien no lo ha pedido, y mucho menos cuando se entrecruzan problemas de adscripción orgánica, categorías profesional o enemistades-amistades personalísimas, inconfesables e incompatibles con el espíritu del servicio público y de la Función Pública. Es un gran desmotivador para quienes no lo practican.

  1. El “trepismo”, el “salto de la cabra” y “la puerta giratoria”

Las he incluido todas en este punto porque se refieren a lo mismo, a cambios inesperados en la estructura orgánica y no tanto en la categoría profesional, que provocan auténticos terremotos en las unidades administrativas que se ven afectadas. Empecemos por el primero, el trepismo. Quizá es el que más similitud tiene con el sector privado. Se caracteriza por la convicción profunda del que trepa de que debe hacer algo para acelerar su carrera hacia la cumbre, que si es en la Administración, pasa, dependiendo de su categoría profesional, de conseguir el puesto de trabajo que tenga el máximo nivel al que tiene derecho. Mediante todo tipo de actuaciones, artimañas y sobre todo, buenas “conexiones políticas” consiguen lentamente llegar allí. Digo lentamente, porque a diferencia de los que hacen uso del “salto de la cabra”, se toman su tiempo para asegurar que no habrá caída. Si saltas mucho, puedes no alcanzar el punto de destino, o alcanzarlo, sostenerte por un pequeño lapso de tiempo y finalmente venirte abajo. Suele ocurrir mucho en las Administraciones Públicas con las libres designaciones, que promueven, por estar muy mal diseñadas normativamente, saltos espectaculares desde técnico a puestos altos, saltándose toda la estructura de mandos intermedios, donde según los políticos al mando “no hay cantera apropiada” o porque “nadie de en medio tiene interés en el puesto”. Es evidente que si no fuera de libre designación, expuesto a los deseos inconfesables y consiguientes iras políticas del que manda cuando no eres obediente y servil, otro gallo cantaría. Todo esto desmotiva sobremanera, y muy especialmente a quienes están en esos mandos intermedios, entre los que me incluyo.
Y no olvidemos la “puerta giratoria”, esa extraña característica de la Administración Pública española que facilita sin el más mínimo pudor, sin mencionar jamás la incompatibilidad por razones de intereses públicos afectados y comprometidos, la entrada y salida de funcionarios en el sector público, y peor aún, la de altos cargos políticos que vienen del sector privado, justamente de aquellas compañías que luego tienen participación activa en contratos públicos. Se imaginan qué contento está mi amigo (caso real) cuando exige al contratista que cumpla lo estipulado, y éste llama a su exjefe que curiosamente es el máximo responsable político actual de la unidad administrativa en la que trabaja mi amigo, para pedirle que le dé “un toque”. Es descorazonador ve su cara tomando café y contándote cómo no consigue meter en cintura al contratista, que “se escurre como una culebra” e incluso  se ríe a la cara de cualquier petición bien fundamentada.

  1. Las mentiras insidiosas

De nuevo, este desmotivador podría utilizarse en el sector privado y tendría los mismos efectos. Se le miente al ciudadano, se le miente al empresario, respecto a otros compañeros, respecto a jefes y altos cargos. Engordamos los problemas sencillos a sabiendas de que no es para tanto. Hacemos crecer la bola de nieve de cualquier noticia no habitual, y practicamos con habilidad la técnica del “teléfono roto” también de un modo consciente. Y si ya se trata de “jovencito/as” recién llegados a la Función Pública les intentamos manipular con nuestros viejos vicios, buscando “hacerles de los nuestros”, y si se trata de veteranos recién incorporados de otros destinos mediante concursos internos, llevamos a cabo un interrogatorio sibilino y continuado en el tiempo hasta tener “perfectamente catalogado/a” a la nueva incorporación, simplemente por sentirnos más seguros de que “todo sigue igual”.

  1. La desunión interna

Hace tiempo que me di cuenta de que jamás se conseguiría crear una fuerza de choque, de cambio y modernización de las Administraciones Públicas desde dentro, originado en las propias filas de funcionarios y funcionarias. Si alguna vez se ha logrado algo ha sido siempre porque algún funcionario ha llegado a Ministro del ramo y ha conseguido que se legislara favorablemente para ese cambio. Nunca vemos colectivos de funcionarios organizados a favor de una nueva administración. Hace casi un año apareció una iniciativa en Linkedin a la que intenté sumarme, pero en vano. No sé muy bien qué ocurrió pero ni obtuve respuesta ni he vuelto a oír nada sobre ella. Supongo que finalmente el organizador tuvo presiones de todo tipo, desde buenos compañeros que te aconsejan que “no te metas en líos”, y familiares, que no comparten contigo la vocación de servicio público, y que también influyen mucho en ese escaso interés por asociarnos con el resto de compañeros para crear ese frente, o esa ola de cambio profunda de la Función Pública. La pasividad acaba siendo la consecuencia.

  1. Nuestro egoísmo funcional

Sí, somos egoístas hasta extremos inimaginables cuando defendemos nuestra parcela de trabajo, nuestro pequeño mundo. Que nadie ose amenazar esa autonomía funcional (sobre todo si tienes una jefatura, por muy insignificante que sea), que nadie intente reorganizar lo que tenemos bien organizado a nuestra manera, que nadie nos obligue a intercambiar datos con otras unidades, o a seguir nuevas normas, nuevos procedimientos, o peor incluso, que nadie intente asumir con carácter más general una nueva iniciativa, un cambio que “nosotros inventamos y pusimos en práctica”, porque nadie sabe tanto como nosotros del tema y evitaremos como sea que “otro se lleve los méritos porque ahora se verá mucho más”. Y es que como la falsa moneda  tiene dos mismas caras desmotivadoras: no ver reconocido un mérito propio que nosotros con nuestro esfuerzo hemos sacado adelante, y otro, ver reconocido el mérito del que copia nuestro “invento” en un nivel más elevado, y más cercano al poder, al que finalmente lo valora y premia. Casi preferimos callarnos y que nuestro invento, pequeñito eso sí, se quede estancado por falta de promoción interna, para evitarnos el disgusto de no ser reconocidos en la justa medida.

  1. Nuestro “garantismo”.

Puede tener también dos caras. La primera se refiere a los efectos negativos y dilatados en el tiempo de actuaciones tan garantistas. Es tan exagerado que muchas veces desmotiva al mejor funcionario que pueda existir, precisamente porque se utiliza como una venda que se pone antes que la herida. Por ejemplo, esas frases lapidarias, profundamente desmotivadoras del tenor “para qué vas a intentar abrirle un expediente disciplinario si no sirve para nada”. Es cierto que algunas veces no sirve, pero cuando la inacción tiene asociadas otras causas como la pereza, la irresponsabilidad, el amiguismo o la cobardía, provoca un daño espectacular, exageradamente desmotivador, sobre todo entre quienes están al lado, que observan y toman nota, normalmente para rebajar su nivel de motivación.
Respecto a la otra cara de esta otra moneda desmotivadora tenemos la utilización de la Ley de Procedimiento Administrativo y derivadas a nuestro favor, alargando los procedimientos innecesariamente, olvidándonos de la eficiencia administrativa, retrotrayendo procedimientos para “disfrutar” con los vericuetos, o peor aún vacíos legales no  previstos por el legislador, en una especie de desafío del funcionario avezado que le dice internamente “yo sí que sé de esto y no esos diputados”. Realmente desmotiva encontrarte con actitudes de este tipo, que torpedean la labor administrativa básica, impidiendo soluciones sencillas y baratas, incluso con la aquiescencia del ciudadano administrado, simplemente porque quiere hacer valer sus conocimientos, su puesto y su poder.

  1. Nuestro espíritu acomodaticio

Y lo relaciono directamente con la desunión interna característica del funcionariado español. En lugar de presionar, organizarnos y promover el cambio, nos acomodamos a las malas situaciones, a los políticos nefastos que nos puedan tocar en suerte, diciendo en nuestro interior “a ver cuánto dura éste en el cargo”, porque si tenemos experiencia sabemos que nosotros seguiremos pero él o ella se irá. Nos aplicamos la máxima de “esperar ver pasar al ataúd de tu enemigo”. Se convierte en una actitud desmotivadora para quienes no están de acuerdo con el sistema actual, comprobando que se quedan solos, en el esfuerzo del cambio, que hay demasiado “lastre funcionarial” que impide la maniobra.

  1. Nuestro servilismo trasnochado

No podía faltar este desmotivador. El servilismo es la deformación del espíritu acomodaticio, el aceptar lo que sea, cualquier orden, cualquier estupidez del que manda, con tal de no buscarnos problemas. Haremos lo que sea, con tal de que no me miren mal, incluso incumpliendo la Ley en algunos casos, o evitando mencionar ese incumplimiento a quienes nos están exigiendo algo y que luego deriva en lo que viene ahora.

  1. Nuestro secretismo

Sabemos mucho y lo ocultamos a sabiendas. Lo diferencio del mutismo, del que hablo en el siguiente desmotivador porque hay una parte activa, que en el mutismo se queda en pasividad, en no actuación. Cuando actuamos secretamente, buscamos lavar nuestra cara en actuaciones que sabemos que por nuestro servilismo no son del todo correctas. Podemos por ejemplo, no remitir al boletín oficial correspondiente algunas actuaciones, y si nos las reclama alguien, disimular diciendo que ha sido un despiste. Podemos escamotear algún documento comprometedor que no llega a formar parte del expediente, o que estando inicialmente, deja de estarlo, sin que se sepa muy bien qué ha pasado.

  1. Nuestro mutismo

Es una actitud pasiva, pero que también desmotiva a quienes lo perciben. Podemos callar ante un hecho que sabemos que conducirá al desastre, simplemente por venganza, o porque no queremos meternos en líos, que acaben volviendo como un boomerang contra nosotros, en forma de carga de trabajo o de complicaciones de diverso tipo, alterando nuestra balsa de aceite. También se puede observar en esas participaciones en reuniones técnicas en las que se dilucida mucho para el resto de compañeros y que no llegan a ser comentadas, ni resumidas, ni comunicadas, no sea que se altere el “buen clima laboral” existente y me vengan con reclamaciones que tendré que defender en sucesivas reuniones, complicándome la vida.

  1. La promoción interna.

El sentimiento de estar dentro de una “jaula de oro” se puede dar tanto al principio como al final de la carrera profesional, puesto que depende del ansia de promoción de cada cual. Hay quien jamás llega a tenerlo y se mantiene eternamente en el puesto en el que entró desde la oposición, y hay quien no para de concursar sin ton ni son, esperando encontrar su puesto ideal donde pueda desarrollarse profesionalmente plenamente. No saben al principio que no depende del puesto, que los puestos van y viene, y las jefaturas y cargos políticos de los que dependen también, y por tanto, las incógnitas a despejar son tantas, que ni el superordenador Deep Blue sería capaz de lograrlo. Al final se desmotivan amargados ante la falta de futuro.

Junto a estos, nos encontramos con los veteranos que alcanzan el techo de cristal de los puestos de concurso, y no les apetece para nada, luchar por un puesto de libre designación que está mal planteado, ya que ni tiene carácter directivo, ni tiene especiales circunstancias, tal y como indica la Ley. No, es un puesto de jefatura normal, pero que quiere ser controlado por el poder político y por tanto, se le pone el filtro, disolviendo como el veneno más potente la solidez del entramado organizativo constituido y por tanto, laminando las posibilidades de promoción hacia arriba. Si añadimos en muchos casos las nulas posibilidades de promoción horizontal entre administraciones públicas, el sentimiento de estar en una “jaula de oro” se convierte en una pesada losa tanto para el propio inquilino de la jaula, como para los compañeros o jefes “propietarios” de la jaula que ven que el pajarito se les está muriendo de tristeza y no tienen nada para animarle.

  1. El modo de reclutamiento y de promoción.
Realmente es aberrante comprobar que una y otra vez consiguen introducirse en las filas de funcionarios y funcionarias, elementos no deseables, que ni tienen vocación de servicio público ni el más mínimo interés por el trabajo bien hecho. Pasar la oposición se convierte en el “objetivo final”, para aterrizar en un mundo placentero e idílico, sumando efectivos a ese tipo de funcionario/a que reproduce el sistema actual, que invita al inmovilismo. Así no vamos a ninguna parte. Si no conseguimos reclutar a quienes quieran ejercer un buen servicio a los ciudadanos, difícilmente conseguiremos cambiar el sistema.
Esto por no hablar de la carencia de un sistema “altamente efectivo” de movilidad interadministrativa, dejando a un lado la decimonónica “permuta”,  con sistemas de concursos nacionales, que incluya a todos los niveles, desde la AGE, las comunidades autónomas y a los entes locales. Aunque sea difícil, debe hacerse cuanto antes. Y para cuándo los sistemas de acceso unificados, con OPEs generales. Las elites políticas locales lucharán a brazo partido por hundir ese proyecto, pero si no queremos jaulas de oro, desmotivación, tenemos que avanzar en este aspecto.
Y qué decir de las libres designaciones, lo que llamé en su tiempo “libre indignación” de quienes vimos la expansión creciente de esa figura en las relaciones de puestos de trabajo, fuente de corruptelas, silencios, servilismo y tantos y tantos factores desmotivadores.

  1. La falta de compromiso de las jefaturas
 No hay peor desmotivador para cualquier funcionario de cualquier administración pública que comprobar que tu superior inmediato no se compromete para nada. Aquí voy a volver a contar la historia de los huevos con tocino, que me contó mi buen amigo Txomin Basaguren durante unas jornadas de formación en materia de calidad en la Administración Pública. Nos decía que para apreciar la diferencia entre comprometerse y colaborar debíamos tener en cuenta cómo se cocinan los huevos con tocino. En este caso,  la gallina “colaboraba”, pero el cerdo “se implicaba”. No hace falta decir más para entender qué debemos hacer los jefes y jefas respecto a nuestras tareas, cómo implicarnos, o de lo contrario, la desmotivación se extiende como una mancha de aceite entre nuestros colaboradores o subordinados. Si les llamamos colaboradores tendremos claro hasta dónde llega su nivel de implicación o compromiso, que en resumen, viene con el puesto de jefatura. No nos engañemos.

  1. Carencia de la unidad de “servicios internos”
 Vemos en las pelis policiacas, sobre todo en las americanas, a estos señores de oscuro, serios, malencarados, provocadores, los de “servicios internos” que intentan mantener la disciplina en un cuerpo armado y dotado de autoridad administrativa. Casi nada. Pues bien, cuando lo trasladamos a la realidad administrativa española, nada de nada. Sí que hay un procedimiento sancionador, profundamente garantista, faltaría más, pero que queda en manos ejecutivas de los propios funcionarios. Se forma una especie de jueces instructores que elevan a Función Pública sus averiguaciones y conclusiones para que sea redactado el fallo, sancionador o no. Pues bien, casi nadie de quienes han sido llamados para actuar en esas instrucciones se ha sentido capaz de llevarlo a cabo. Es una tarea más que te asignan, que se suma a lo que ya tienes habitualmente. Imagínense el nivel de implicación que se puede llegar a tener, y eso frente a un compañero funcionario/a al que tienes que juzgar en primera instancia. Simplemente no funcionan correctamente, es un procedimiento trasnochado, lento y farragoso, costosísimo en tiempo, y poco especializado. La sensación de hacer mal las cosas y de que hay muchos de esos pocos funcionarios sinvergüenzas que consiguen librarse de una sanción grave o mejor aún, muy grave que llegue a apartarles definitivamente de la Función Pública, socava la moral general, lanzándose al aire frases del tipo “aquí no hay nada que hacer”, “se va a ir de rositas”, “siempre acaban encontrando una mala excusa que se acepta”, que tienen una  fortísima carga de desmotivación. O profesionalizamos en la Función Pública la existencia de personal especializado en estas funciones disciplinarias internas o seguiremos viendo a los “malos” campando a sus anchas, arruinando la ilusión de quienes quieren hacer bien las cosas. Necesitamos a un buen sheriff que imponga la Ley y el orden.


Y hasta aquí he llegado. Me temo que demasiado lejos. Sé que podría haberme extendido mucho más, pero seguro que acabaría aburriendo a toda aquella persona que con ilusión había iniciado la lectura de una entrada en este blog que habla de la motivación del funcionario público. Casi nada.