Esta entrada surge como una revisión profunda de mi experiencia de casi 25 años en la Administración Pública en respuesta a un pequeño debate abierto por Sergio Montesa en Linkedin. Aunque empezó todo como una broma sobre si había miles desmotivadores en ese hipotético catálogo que pretende elaborar Sergio, su interés en poner por escrito en una lista la relación de tuits recibidos, me ha animado a comentarlos y añadir unos cuantos más. Estoy totalmente de acuerdo con el hecho de que se puedan considerar lados de la misma moneda, que inclusión o exclusión de un simple “no” en la frase sirva para transformar en desmotivador lo que parecía algo motivador. En cualquier caso, ni soy un experto en motivación ni mucho menos creo que vaya a descubrir aquí nada que no sepamos todos, principalmente los que estamos dentro de cualquier Administración Pública.
Espero que no se aburran, porque me ha quedado muy extenso. Para quienes no han conocido el inicio del debate, les diré que está en http://lnkd.in/4dZTzS y que la lista inicial comienza con 19 motivadores y 8 desmotivadores. No me he podido aguantar y he incorporado con malicia descarada otros 20 desmotivadores. Espero que Sergio entienda que quiera llegar a mil. Tal vez los 15 años que me faltan para la jubilación me ayuden a identificar los que me faltan…La apuesta sigue en alto.
Motivadores
- Podemos dedicar parte de
nuestro tiempo a trabajar en los “auto”: auto-conocimiento, auto-refuerzo,
auto-satisfacción,...
Realmente estamos hablando de mejora personal. Aquí es donde siempre acaba
apareciendo la frase fatídica, justo cuando vamos a pedir la llave del servicio
o retrete ante una necesidad imperiosa, “usted tenía que haberlo hecho en casa,
aquí hay que venir perfectamente preparado”. Por tanto, igual se aplica al
funcionario que al no funcionario, y por tanto, es un tanto tramposa esta
motivación. Deberíamos diferenciar aquello general de lo que es estrictamente
particular o específico de la Función Pública.
Pero es que también podemos aplicar el prefijo auto al engaño, y ahí queda
muy mal, sí, autoengañarnos,
haciéndonos creer a nosotros mismos que podemos aprender, formarnos,
entretenernos durante las largas horas de tedio en las que nadie cuenta con
nosotros. Yo lo he practicado muchísimo, y creo que lo seguiré practicando,
pero en el fondo, cada vez soy más consciente de que me autoengaño porque no
doy ningún paso adelante para forzar al sistema político actual a cambiar
completamente su dirección actual, de forma que todo ese conocimiento y
preparación que tengo sea realmente utilizado en la mejora del servicio
público. La pasividad
- La vocación de servicio: nos
mueve el dar un servicio de calidad a los ciudadanos, percibir sus
necesidades (escucha activa) y el poder dirigir nuestros esfuerzos hacia
ellas
Efectivamente este es uno de los grandes motivadores de cualquier buen
funcionario “vocacional”, pero si añadimos el calificador “servicio público”,
que lo diferencia del “servicio social”, altruista o como lo queramos llamar (no
es exactamente lo mismo puesto que un funcionario está obligado a actuar dentro
de la legalidad establecida so pena de prevaricar, tiene por tanto un estatuto
especial). Esto es algo que no se quiere reconocer precisamente por quienes
denostan la Función Pública continuamente. Si ya seguimos con la frase,
entonces no estoy tan de acuerdo. Es cierto que queremos dar un servicio
público de calidad a los ciudadanos, pero lo de percibir sus necesidades
(escucha activa), puede convertirse en el gran desmotivador cuando dejamos,
como funcionarios, de atender el bien común, y particularizamos en exceso ante
quien protesta o reclama más. Eso es peligroso. Reciéntemente fui objeto de un
ataque “desmotivador” mientras me encontraba atendiendo el Registro de mi
departamento por una necesidad puntual, de apoyo momentáneo a un subordinado
que había que tenido que salir precipitadamente. No había recambio y le tocó al
jefe, es decir, a mí, atender a esa persona que pedía registrar un documento.
Le comenté que no hacía falta que se desplazara hasta el Registro habiendo una
oficina virtual donde podía entregar cómodamente esa documentación, con plenas
garantías legales, a lo que me respondió en forma de “coz verbal” con una frase
lapidaria “eso lo hacéis precisamente para que trabajemos nosotros en lugar de
vosotros los funcionarios”. Efectivamente, en el grupo genérico de ciudadanos a
los que queremos dar un servicio público de calidad, encontraremos también a
nuestros peores enemigos y hay que estar muy preparado para no venirte abajo
cuando te lanzan improperios por pretendidos o reales avances que no son siempre
bien vistos por todos.
- El crecimiento personal y
profesional: nuestro trabajo no sólo nos permite ser mejores profesionales
cada día sino que también nos permite mejorar como personas
Esto también es muy genérico aplicable a cualquier profesión. Es un poco
trampa y por tanto no voy a entrar en comentarlo. Yo personalmente me lo
aplico, pero no por ser funcionario, sino por querer ser mejor persona, mejor
trabajador, con independencia de dónde trabaje.
- Tenemos claro cuál es nuestro
rol, nuestras funciones, y los objetivos (los “para-qué”)
Uffff, esto sí que no. Para nuestra desgracia, vivimos en una época en la
que la mayoría de los funcionarios públicos no especializados (entre los
especializados incluyo a policías, miembros del ejército, sector sanitario,
prisiones, sector enseñanza…) carecen de una visión clara reconocida de lo que
es su rol, sus funciones y mucho menos sus objetivos. Al no tenerlo tan claro
como se afirma aquí, se convierte en un gran desmotivador, en el que las frases
“no me pagan por pensar” y “a mí mientras me paguen al final de mes me da igual
todo”, están a la orden del día. Escuchar eso de compañeros de trabajo en la
Función Pública es muy desmotivador.
- Nos sentimos útiles: nuestro
trabajo al final cubre una necesidad real de los ciudadanos y no una
necesidad ficticia interpretada por un intermediario (o
pseudo-representante) de ellos
Efectivamente, vuelvo a diferenciar entre sector público especializado y no
especializado. En el segundo, la definición de utilidad se diluye como el
azucarillo en el agua, porque precisamente suele tener un carácter muy
generalista sin efectos o impacto directo en los ciudadanos. Es cierto que
somos minoría en la Función Pública, pero también hay que pensar en el sector
público especializado que no lo tiene nada fácil. Si comenzamos por el sector
de la enseñanza, observamos unas cifras de enfermedad profesional muy altas
precisamente cuantos más años esté trabajando esa persona, maestro, profesora…Es
escaso reconocimiento social a su labor en sectores de población que no
comprenden ni valoren lo que significa un servicio público gratuito hace mucho
daño.
- Notamos el avance, que nos
acercamos aunque sea de forma lenta al objetivo marcado
Este es precisamente un gran desmotivador, la continua sensación de que no
acabamos nunca de tener los proyectos rematados, de que siempre hace falta algo
más, o de que nos desmantelan o privatizan sin miramientos lo que tanto tiempo
ha costado llegar a hacer funcionar relativamente bien. No es tanto la lentitud
como la obligación de nunca parar, de que siempre tiene que estar abierto,
puedas o no puedas, lo hagas bien o sólo a medias, chapuceando para salir del
paso contra viento y marea. Suele ser decepcionante y martillea continuamente
los ánimos de quienes con optimismo vuelven cada día a la oficina
administrativa.
- Participamos en proyectos de
trascendencia, que tendrán un impacto positivo en un colectivo grande de
ciudadanos o en un colectivo desfavorecido de ellos, y este impacto
perdurará (sentimiento de orgullo)
Muchas veces somos nosostro/as mismos los que pensamos que son proyectos de
trascendencia cuando realmente no son percibidos así por la ciudadanía. A veces
me quedo pensando si realmente no los proyectamos para nuestra satisfacción
personal, para estar “entretenidos” y así motivarnos, auto-engañarnos. Los sistemas
de gestión de calidad precisamente intentan siempre obtener la voz del cliente,
maldita palabra en manos de funcionarios. Pocas o muy pocas son las encuestas
que tienen conclusiones y un plan de trabajo derivado, que se utilice luego en
esos proyectos de trascendencia.
- Podemos poner en práctica todas
nuestras habilidades y conocimiento, están salen “a flote” y se aprovechan
Igual de motivador puede ser de desmotivador cuando nadie te pide que
pongas en práctica tus habilidades. Incluso diría más, peor aún es que te
utilicen, para obtener una información, un análisis o un estudio que finalmente
es “reelaborado” externamente por una consultora a la que estás obligado a
entregar la información, como a veces es mi caso. Incluso me la han pedido
internamente otros compañeros que acaban entregándola a esa consultora
contratada por el político de turno que no sabe, ni quiere saber, qué nivel de
talento, habilidades y conocimientos tiene la plantilla que dirige.
- Evitamos vernos reflejados en
los “funcionarios institucionalizados” y convertirnos en uno de ellos
¿Debe entenderse a los funcionarios institucionalizados como funcionarios
apoltronados? Bien, puedo estar de acuerdo con que la posibilidad de verme
comparado con ese tipo “poco frecuente” de funcionario me moviliza, me motiva
en extremo, hasta el punto de intentar hacer todo lo contrario de lo que hagan
ellos. Si leen el periódico en la mesa, yo no lo leo, si ellos desayunan
inmediatamente después de iniciar la jornada, yo vengo desayunado y peinado de
casa, si ellos toman un aperitivo a la una de la tarde yo no lo hago…bien, es
cierto que es un motivador activo en mi caso.
- Nos mueve el objetivo de
nuestro proyecto, independientemente de nuestra posición laboral y no nos
fijamos (en exceso) en el sueldo y la posición de otros
Eso ya no es tan cierto. Entre los desmotivadores que yo mismo he añadido a
la lista inicial, mencionaría bastantes, de carácter general (hay que
reconocerlo), que influyen muy negativamente en que el funcionario en general,
se motive porque le interesa alcanzar el objetivo de su proyecto. Nos fijamos
demasiado en los rangos, niveles salariales, y precisamente las comparaciones
con respecto al que menos hace, acaban arruinando cualquier proyecto de mejora
dentro de las distintas unidades administrativas.
- Participar activamente en las
redes sociales nos permite adquirir nuevos conocimientos y nuevas visiones
aumentando nuestras capacidades y nuestro campo de visión
Bueno, realmente es una huida hacia delante de quienes no deseamos
alejarnos de las bases sociales que nos mantienen, en una palabra, que no nos
sentimos seres de otra galaxia, con privilegios y prebendas especiales, por
encima del bien y del mal. En ese caso, y para quienes así pensamos, las
conferencias, los grupos sociales, los proyectos más o menos “viables” de
cooperación interadministrativa se convierten en una oportunidad para
oxigenarnos. Pero no nos engañemos, no es un motivador, sino una automedicación
para aliviar nuestra ansiedad.
- Tenemos una enorme satisfacción
cuando conseguimos que un cambio se haga realidad y te llamen de otras
áreas mostrando interés para aplicar la nueva fórmula
Es cierto. Me ha ocurrido más de una vez, y también me ha ocurrido que se
vuelva contra mí esa llamada, porque hay quienes quieren ese cambio “llave en mano” sin pasar por las 8 etapas que resume magistralmente Kotter.
Ni saben nada de este autor, ni por tanto, entienden a nadie que haya
practicado esas recomendaciones. Todo fácil, ya mismo. Y como no se lo das,
eres un mal compañero.
- Aumentamos nuestra autoestima
cuando nos piden colaborar con proyectos para mejorar la situación actual
Este motivador realmente tiene poco recorrido. Lo digo con la experiencia
de haber sido llamado en unas cuantas ocasiones para colaborar es proyectos de
cierto alcance con objetivos bastante ambiciosos de cambio. Y tiene poco
recorrido porque generalmente el esfuerzo dedicado, al menos en mi caso,
siempre lo fue a costa de tiempo dedicado a mi propia unidad, es decir,
debilitando el desarrollo de mis propios proyectos. Con ese “debe”, si el
“haber” externo no llega a materializarse, y no digo ya reconocerse en las
altas instancias políticas, el malestar que se va acumulando deteriora
progresivamente la imagen idílica que inicialmente tenía de que en esos
proyectos es donde se “corta el bacalao”. No siempre es así, más bien, pocas
veces lo es, y por tanto, al cabo de unas cuantas experiencias cuando menos
indefinidas en cuanto a resultados, decides “reservarte” para aquellos
proyectos en los que conozcas quien lo lidera, si te merece confianza y por
supuesto, manteniéndote a la expectativa en cuanto a esfuerzo dedicado al
proyecto, no sea que acabes quemándote mucho más aún de lo que ya estás.
- Nos enfadamos cuando sufrimos
el encorsetamiento de la administración ampliando nuestro deseo y
convencimiento que necesitamos cambiar algunas cosas.
No sé si enfadarse es una motivación. Al menos para mí, es una válvula de
escape para mantener mi salud mental más o menos sana. Lo del deseo del cambio
lo trato precisamente en unos cuantos desmotivadores nuevos de la lista inicial
de 9 que estoy aquí comentando.
- Nuestras acciones ayudan a
“despertar” a algunos, mostrándote su agradecimiento para ayudarles a
mejorar y ver la posibilidad de salir del pozo en el que se encontraban
sin ver la salida
Aquí hay de todo, como en la botica, porque la palabra “despertar” puede
interpretarse de muchas maneras, y algunas no son precisamente deseables. Aun
así, este es, junto con la vocación de servicio público, el otro gran
motivador, la idea de arrastrar, liderar, dar ejemplo de buen hacer para
rescatar a los y las funcionarios rescatables, la de crear tejido funcionarial
sano que permita construir órganos administrativos que consigan producir bienes
y servicios públicos de calidad.
- Recibimos mayor confianza de
otros colegas de trabajo, mostrándote sus problemas y sus necesidades, que
hasta ahora no habían sido capaces de exponer
Creo entender la frase, pero no lo aplicaría a algo motivador. Realmente
aquí estamos hablando de lloros y confesiones varias, además de chascarrillos
varios, que se ven incrementados sobremanera cuando alcanzas jefaturas de nivel
intermedio, donde la soledad es algo habitual. Esa soledad del capitán en el
frente de batalla es la imagen que me viene a la mente y que se intenta
remediar con entradas en tu despacho y cierre de puerta para poder “aliviarnos”
mediante una comunicación franca con alguien de confianza. Pero eso no es precisamente
algo motivador, sino un signo de la desunión interna que caracteriza a los
miembros de la Función Pública.
- Los proyectos en los que
participamos requieren mucha dedicación y no estamos dispuestos a dedicar
tiempo a enfadarnos con la situación y vernos afectados por el entorno.
Eso nos impediría avanzar
De nuevo estamos en una situación egoísta, que comentaré más tarde. Es
decir, en lugar de luchar contra un sistema obsoleto y poco eficiente, una vez
que tengo algo que hacer, me sumerjo en un trabajo más o menos gratificante
para mí, y me olvido del resto del mundo, incluso de si el proyecto en el que
trabajo tiene futuro, sirve para algo o si acabará en el cubo de la basura. No
es algo motivador.
- Estamos convencidos que
quejarse y no hacer nada no mejorará la situación. Lo único que puede
mejorar la situación es actuar
No hemos avanzado respecto al punto anterior. Queremos actuar, lo que
consideramos motivador, pero actuar con lo que sea, con lo que tengamos a
nuestro alcance, estar entretenidos, para acallar nuestra conciencia, para
sentirnos útiles. Y ahí es donde empleamos nuestras energías, olvidándonos de
los objetivos de gran alcance que sean comunes a todas la Administraciones
Públicas.
- Sentir que contribuyo
positivamente a la sociedad y que el dinero público está bien invertido
Seguimos dando vueltas a lo mismo, a la idea de que realmente nos estamos
ganando el sueldo que nos pagan los demás ciudadanos, tranquilizando nuestras
conciencias. No veo nada distinto del gran motivador, el principal, “tener
vocación de servicio público”.
Desmotivadores
- Se cuestione nuestro trabajo o
la forma en que lo realizamos
Suele ser habitual escuchar frases negativas de quienes nos gobiernan, de
los medios de comunicación adictos a esos gobernantes, al sistema
partitocráctico que tiende sus tentáculos por todas partes, cuando se refieren
al trabajo “en general” de los funcionarios. La entrevista a Rosell, presidente
de la patronal por parte de Jordi Ebole en el programa Salvados, no tiene
desperdicio. Llega a decir ese señor, que un ministro le había “confesado” al
abandonar su cargo que no pudo hacer nada durante ese tiempo porque los
funcionarios de su ministerio le tenían bloqueado. En fin, con semejantes
patrañas y dislates, cómo no vamos a desmotivarnos.
- Sólo se tienen en cuenta
detalles menores y secundarios de nuestro trabajo
Realmente no se tienen en cuenta, porque no tienen ni idea de lo que
hacemos. Jamás en mi vida de funcionario en 25 años he visto a un alto cargo
político pasar revista a las distintas funciones que deben llevarse a cabo en
su Unidad, departamento, o como lo queramos llamar. Si no saben qué hacemos, si
les importa un bledo, cómo van a distinguir lo principal de lo secundario. Esa
actitud política, de los que llegan cada vez que hay un cambio en la cúpula, ya
es previsible para mí, y para la mayoría es desmotivadora. A mí personalmente
ya no me desmotiva, sino que es una aliento para indignarme y movilizarme en la
denuncia del sistema actual.
- No hay una valoración (no nos
referimos al reconocimiento sino a dar valor) del esfuerzo realizado
Por supuesto que ni hay valor, ni medida de nada o casi nada. Ahora, sólo
ahora, en el informe CORA he leído que se pretende medir la eficiencia en la
prestación de los servicios públicos. Por supuesto que no hay mención al cómo,
ni se habla de cómo relacionarlo con el dimensionamiento de las distintas
unidades administrativas. A los veteranos nos desmotiva cómo se da la espalda
al problema, por parte de la clase política, sea del color que sea, y se buscan
alternativas “interesadísimas” para evitarnos, en forma de contratos no
necesarios, convenios, privatizaciones, etc. Claro que desmotiva ese
comportamiento.
- No tenemos la posibilidad de
decir “NO” a las tareas que se nos encomiendan o a dudar de la forma en
que hay que ejecutarlas (justificando la negativa, claro)
Alguno dirá que eso va con el cargo, pero no es así. Creo que se puede y
debe decir que no, motivando especialmente cualquier ilegalidad. Más adelante
comento temas relacionados como el mutismo, el servilismo, etc.
- Todas las decisiones se toman
pensando en el ahora (la coyuntura), no hay una proyección en el futuro de
nuestra misión (una visión clara)
Es uno de los aspectos más desmotivadores a tener en cuenta si queremos
mejorar la Función Pública. Y es tanto más perjudicial cuanto más alto te
encuentras en la jerarquía y cuanto más te preparas y actualizas tus
conocimientos. Es realmente penoso observar que los conceptos plan estratégico,
desarrollo operativo de planes, indicadores, cuadros de mando, etc, en general
son desconocidos, o peor aún, manipulados por los cuadros políticos de turno,
para hacer ver que están al día en materia de gestión, cuando realmente no
tienen ni idea, y que incluso, lo único que pretenden en sacar el máximo
partido al presupuesto que manejan de una manera poco edificante. Esto también
desmotiva y mucho.
- No nos identificamos con
nuestra organización: cuando nos presentamos en otros foros no laborales
Ah, sí, la vergüenza de confesar que somos funcionario/as…Que suele ser por
dos motivos. El primero es el de evitar que nos miren con odio, envidia, desprecio
o similar cuando nos identificamos como funcionarios, y la segunda es la de
evitar que nos hagan “encarguitos” cuando descubren que podemos serles útiles a
esos amigos, familiares, vecinos, etc. Generalmente son los funcionarios de
Hacienda los que más lo ocultan, especialmente al comprar algo que podría
hacerse sin factura y escamotear “por una vez “ el IVA. Si confiesa que es de
Hacienda, no habrá ni un solo comerciante al que consigas convencerle de que te
haga el favorcito. Pero dejando a un
lado los chascarrillos varios, lo cierto es que no sentimos ningún orgullo de
ser lo que somos, servidores públicos. No sé si es desmotivador o más bien un
síntoma de nuestra baja estima.
- La tareas se hacen “como
siempre”, siguiendo el procedimiento establecido, como si fueran
mandamientos divinos
No es que esto sea desmotivador, sino más bien, que no se establezcan
sistemas de calidad en la que la mejora continua de esos servicios públicos
para aumentar la satisfacción del ciudadano sea el objetivo principal. Debería
ser obligatorio que cualquier administración pública, y cualquier servicio
público estuviera amparado o inscrito en un sistema de gestión de calidad, lo
que daría voz y sentido a quienes tienen ideas o propuestas de mejora. Así no
quedaría en manos de cualquier jefe o jefa que no quiera complicarse la vida,
que no se implique (volveré sobre esto de la implicación de jefaturas más
adelante).
- En la
Administración todavía se trabaja bajo modelos “jerárquicos”, en lugar de
apostar por modelos más “redárquicos” (en red) por lo que no se aprovechan
todas las capacidades (fuga o desperdicio de talento)
Más que de fuga, que en época de crisis suele ser algo muy hipotético y
casi no se ve, hablaríamos de desperdicio de talento. En su momento, hace más
de 15 años, pasada la euforia de la NGP, llegó la moda de la red, del trabajo
en red. Me entusiasmé con la idea. Leí a Castells y su sociedad en red, y a
muchos otros hablando de sus enormes ventajas. Ahora estoy en una fase bastante
menos eufórica porque percibo un problema insoslayable: a nuestra clase
política no le interesa que trabajemos
en red, que simplifiquemos, que innovemos en gestión. Perderían sus
chiringuitos. Ahora son el gran problema para el cambio.
- La
pasividad del funcionario.
Lo diferencio del mutismo, que es comentado más tarde. Aquí me refiero a la
inacción continuada ante avances necesarios que hay que poner en marcha cuanto
antes pero que son sistemáticamente ignorados, actuando como los avestruces,
metiendo la cabeza en la arena ante cualquier amenaza en el horizonte, o
utilizando el “lanzamiento” de documentos a otras unidades administrativas para
quitarse el problema de encima (hablo de irresponsabilidad más adelante). Me
viene a la memoria la canción “el aldeano tiró, tiró la piedra…”.
- El
sentido trágico de nuestro sino.
Se ha comentado en diversos puntos anteriores y en general en la frase más
desmotivadora que puede escuchar un funcionario recién obtenida su plaza en una
oposición: “muchacho/a, aquí no se puede hacer nada para mejorar. Cuando lleves
5 años aquí me darás la razón”. Lo tenemos metido hasta los tuétanos, y cuantos
más años tengas de servicio más adentro.
- Nuestra
cobardía o de la que nos rodean.
Aunque ya he comentado algo en alguna propuesta “motivadora” insistiré algo
más aquí. En general el funcionario es cobarde, somos cobardes ante los
problemas que le ocurren a los demás compañeros, especialmente si son
luchadores, perseguidores del cambio, o si se atreven a decir que no al poder
político de turno. Sin saber muy bien cómo, esa cobardía va tejiendo una especie
de capullo donde el funcionario díscolo queda recluido, apartado, como un bicho
raro, alguien al que es mejor no hablar ni encargar nada, no sea que el poder
te marque a ti como enemigo también, y por tanto, corras su misma suerte.
- El
pesimismo creciente.
Y si sumamos el mutismo, el sentido trágico de nuestro sino y nuestra
cobardía, acabamos desarrollando un pesimismo creciente que lo invade todo y
que contribuye a desmotivar intensamente al personal.
- Nuestra
insolidaridad cívica.
Tal vez derive de nuestra cobardía y del mutismo tan desarrollado que
tenemos, de oír ver y callar, que algunos internamente lo alaban diciendo “para
eso somos funcionarios”. Nos desconectamos de la sociedad que nos da de comer,
que da sentido a nuestro trabajo. Ni calidad, ni satisfacción del ciudadano, ni
nada de nada, ausentes, enclaustrados en nuestras oficinas, detrás de
mostradores, o como mucha innovación, con una mesa de casi un metro de ancho
entre nosotros y el ciudadano. Y si hablamos ya de conexión global con la sociedad,
sólo tenemos que ver los datos de participación activa en huelgas generales o
movilizaciones ciudadanas. De nuevo, quienes se quedan dentro lo justifican con
el consabido “para esos somos funcionarios”. Pero claro, luego escondemos
nuestra condición a los vecinos y en general a cualquier ciudadano con el que
nos encontremos. No somos consecuentes.
- La
envidia.
Es verdad que tiene un carácter general, pero en el caso de los
funcionarios es realmente doloroso y desmotivador observar que se antepone a
cualquier concepto de servicio público eficiente. Por ejemplo, vivido por mí como ciudadano y
como funcionario: el otro lado del mostrador de atención al público está vacío,
el ciudadano espera resignado, pero nadie se levanta a atender porque fulanito
o fulanita que debería estar ahí gana más, precisamente por hacer esa labor.
Nos da igual lo que sufra el ciudadano, incluso le ignoramos visualmente, e
incluso si llegamos por casualidad a atenderle mostramos nuestro enfado,
nuestro cabreo por el hecho de haber tenido que sustituir a un compañero/a que
gana más que nosotros, e incluso remarcamos nuestra “hipotética” ignorancia
respecto al trámite al que nos está obligando la presencia del ciudadano... Y
aquí enlazamos con otro desmotivador.
- La
irresponsabilidad y la arresponsabilidad
Aquí lo he observado en todas partes y en todos los niveles o categorías
profesionales, sobre todo cuando tenemos que hacer algo obligados, algo que no
acabamos de dominar o que nos llega en un momento realmente inoportuno. Por
ejemplo, justo antes de nuestro descanso matutino, del archiconocido “desayuno”
(sí, el de las 11 de la mañana…). Pobrecito ciudadano que llegue a esa
intempestiva hora porque se encontrará bajo mínimos las oficinas, con personal
que muchas veces, la mayoría innecesariamente se declara “arresponsable” de sus actos en sustitución
del titular del puesto. O cuando cogemos el teléfono que no para de sonar,
simplemente para que deje de darnos la lata, y atendemos a un mínimo nivel de
atención la pregunta del ciudadano, limitándonos a “coger el aviso” o a “dejar
una nota al que lo lleva”. Eso sí, la nota tomada carece de casi todos los
datos mínimos que hacen que el pobrecito “que lo lleva” sea capaz de preparar
de antemano la respuesta, y tenga que requerir del ciudadano “de nuevo” toda la
información que ya expuesta en la primera llamada. Y caemos esta vez en
irresponsabilidad, cuando hemos tomado esa nota, la hemos dejado sobre la mesa “del
que lo lleva” y ni nos volvemos a preocupar de si “el que lo lleva” ha llamado,
o ha vuelto de su baja, o si sus vacaciones serán más largas de lo que
creíamos. Nos hacemos irresponsables
cuando nos empeñamos en crear un auténtico caos interno en las oficinas al
obsesionarnos con pedir las vacaciones todos en las mismas fechas, obligando a
crear a las jefaturas o incluso mucho más arriba normas internas de
funcionamiento draconianas, del tipo “no firmo ninguna hasta tener todas las
solicitudes sobre mi mesa”. Algo que tendría que ser un procedimiento de auto organización
de los funcionarios se convierte en una batalla campal donde asoman y a la vez
se esconden todas las envidias, egoísmos e insolidaridad que llevamos dentro y
que la Función Pública promueve constantemente. También somos irresponsables
cuando actuamos de mala fe, emitiendo informes vacíos que no dicen nada para
evitarnos problemas, llenos de ambigüedades y en los que no hay intención de
ayudar en nada a quien no lo ha pedido, y mucho menos cuando se entrecruzan
problemas de adscripción orgánica, categorías profesional o
enemistades-amistades personalísimas, inconfesables e incompatibles con el
espíritu del servicio público y de la Función Pública. Es un gran desmotivador
para quienes no lo practican.
- El
“trepismo”, el “salto de la cabra” y “la puerta giratoria”
Las he incluido todas en este punto porque se refieren a lo mismo, a
cambios inesperados en la estructura orgánica y no tanto en la categoría
profesional, que provocan auténticos terremotos en las unidades administrativas
que se ven afectadas. Empecemos por el primero, el trepismo. Quizá es el que
más similitud tiene con el sector privado. Se caracteriza por la convicción profunda
del que trepa de que debe hacer algo para acelerar su carrera hacia la cumbre,
que si es en la Administración, pasa, dependiendo de su categoría profesional,
de conseguir el puesto de trabajo que tenga el máximo nivel al que tiene
derecho. Mediante todo tipo de actuaciones, artimañas y sobre todo, buenas “conexiones
políticas” consiguen lentamente llegar allí. Digo lentamente, porque a
diferencia de los que hacen uso del “salto de la cabra”, se toman su tiempo para
asegurar que no habrá caída. Si saltas mucho, puedes no alcanzar el punto de
destino, o alcanzarlo, sostenerte por un pequeño lapso de tiempo y finalmente
venirte abajo. Suele ocurrir mucho en las Administraciones Públicas con las
libres designaciones, que promueven, por estar muy mal diseñadas normativamente,
saltos espectaculares desde técnico a puestos altos, saltándose toda la
estructura de mandos intermedios, donde según los políticos al mando “no hay
cantera apropiada” o porque “nadie de en medio tiene interés en el puesto”. Es
evidente que si no fuera de libre designación, expuesto a los deseos
inconfesables y consiguientes iras políticas del que manda cuando no eres
obediente y servil, otro gallo cantaría. Todo esto desmotiva sobremanera, y muy
especialmente a quienes están en esos mandos intermedios, entre los que me
incluyo.
Y no olvidemos la “puerta giratoria”, esa extraña característica de la
Administración Pública española que facilita sin el más mínimo pudor, sin
mencionar jamás la incompatibilidad por razones de intereses públicos afectados
y comprometidos, la entrada y salida de funcionarios en el sector público, y
peor aún, la de altos cargos políticos que vienen del sector privado,
justamente de aquellas compañías que luego tienen participación activa en
contratos públicos. Se imaginan qué contento está mi amigo (caso real) cuando
exige al contratista que cumpla lo estipulado, y éste llama a su exjefe que
curiosamente es el máximo responsable político actual de la unidad
administrativa en la que trabaja mi amigo, para pedirle que le dé “un toque”.
Es descorazonador ve su cara tomando café y contándote cómo no consigue meter
en cintura al contratista, que “se escurre como una culebra” e incluso se ríe a la cara de cualquier petición bien
fundamentada.
- Las mentiras
insidiosas
De nuevo, este desmotivador podría utilizarse en el sector privado y
tendría los mismos efectos. Se le miente al ciudadano, se le miente al
empresario, respecto a otros compañeros, respecto a jefes y altos cargos.
Engordamos los problemas sencillos a sabiendas de que no es para tanto. Hacemos
crecer la bola de nieve de cualquier noticia no habitual, y practicamos con
habilidad la técnica del “teléfono roto” también de un modo consciente. Y si ya
se trata de “jovencito/as” recién llegados a la Función Pública les intentamos
manipular con nuestros viejos vicios, buscando “hacerles de los nuestros”, y si
se trata de veteranos recién incorporados de otros destinos mediante concursos
internos, llevamos a cabo un interrogatorio sibilino y continuado en el tiempo
hasta tener “perfectamente catalogado/a” a la nueva incorporación, simplemente
por sentirnos más seguros de que “todo sigue igual”.
- La
desunión interna
Hace tiempo que me di cuenta de que jamás se conseguiría crear una fuerza
de choque, de cambio y modernización de las Administraciones Públicas desde
dentro, originado en las propias filas de funcionarios y funcionarias. Si
alguna vez se ha logrado algo ha sido siempre porque algún funcionario ha
llegado a Ministro del ramo y ha conseguido que se legislara favorablemente
para ese cambio. Nunca vemos colectivos de funcionarios organizados a favor de
una nueva administración. Hace casi un año apareció una iniciativa en Linkedin
a la que intenté sumarme, pero en vano. No sé muy bien qué ocurrió pero ni
obtuve respuesta ni he vuelto a oír nada sobre ella. Supongo que finalmente el
organizador tuvo presiones de todo tipo, desde buenos compañeros que te
aconsejan que “no te metas en líos”, y familiares, que no comparten contigo la
vocación de servicio público, y que también influyen mucho en ese escaso
interés por asociarnos con el resto de compañeros para crear ese frente, o esa
ola de cambio profunda de la Función Pública. La pasividad acaba siendo la
consecuencia.
- Nuestro
egoísmo funcional
Sí, somos egoístas hasta extremos inimaginables cuando defendemos nuestra
parcela de trabajo, nuestro pequeño mundo. Que nadie ose amenazar esa autonomía
funcional (sobre todo si tienes una jefatura, por muy insignificante que sea),
que nadie intente reorganizar lo que tenemos bien organizado a nuestra manera,
que nadie nos obligue a intercambiar datos con otras unidades, o a seguir
nuevas normas, nuevos procedimientos, o peor incluso, que nadie intente asumir
con carácter más general una nueva iniciativa, un cambio que “nosotros
inventamos y pusimos en práctica”, porque nadie sabe tanto como nosotros del
tema y evitaremos como sea que “otro se lleve los méritos porque ahora se verá
mucho más”. Y es que como la falsa moneda tiene dos mismas caras desmotivadoras: no ver
reconocido un mérito propio que nosotros con nuestro esfuerzo hemos sacado
adelante, y otro, ver reconocido el mérito del que copia nuestro “invento” en
un nivel más elevado, y más cercano al poder, al que finalmente lo valora y
premia. Casi preferimos callarnos y que nuestro invento, pequeñito eso sí, se
quede estancado por falta de promoción interna, para evitarnos el disgusto de
no ser reconocidos en la justa medida.
- Nuestro
“garantismo”.
Puede tener también dos caras. La primera se refiere a los efectos
negativos y dilatados en el tiempo de actuaciones tan garantistas. Es tan
exagerado que muchas veces desmotiva al mejor funcionario que pueda existir,
precisamente porque se utiliza como una venda que se pone antes que la herida. Por
ejemplo, esas frases lapidarias, profundamente desmotivadoras del tenor “para
qué vas a intentar abrirle un expediente disciplinario si no sirve para nada”.
Es cierto que algunas veces no sirve, pero cuando la inacción tiene asociadas
otras causas como la pereza, la irresponsabilidad, el amiguismo o la cobardía,
provoca un daño espectacular, exageradamente desmotivador, sobre todo entre quienes
están al lado, que observan y toman nota, normalmente para rebajar su nivel de
motivación.
Respecto a la otra cara de esta otra moneda desmotivadora tenemos la
utilización de la Ley de Procedimiento Administrativo y derivadas a nuestro
favor, alargando los procedimientos innecesariamente, olvidándonos de la
eficiencia administrativa, retrotrayendo procedimientos para “disfrutar” con
los vericuetos, o peor aún vacíos legales no previstos por el legislador, en una especie de
desafío del funcionario avezado que le dice internamente “yo sí que sé de esto y
no esos diputados”. Realmente desmotiva encontrarte con actitudes de este tipo,
que torpedean la labor administrativa básica, impidiendo soluciones sencillas y
baratas, incluso con la aquiescencia del ciudadano administrado, simplemente porque
quiere hacer valer sus conocimientos, su puesto y su poder.
- Nuestro
espíritu acomodaticio
Y lo relaciono directamente con la desunión interna característica del
funcionariado español. En lugar de presionar, organizarnos y promover el
cambio, nos acomodamos a las malas situaciones, a los políticos nefastos que
nos puedan tocar en suerte, diciendo en nuestro interior “a ver cuánto dura
éste en el cargo”, porque si tenemos experiencia sabemos que nosotros seguiremos
pero él o ella se irá. Nos aplicamos la máxima de “esperar ver pasar al ataúd
de tu enemigo”. Se convierte en una actitud desmotivadora para quienes no están
de acuerdo con el sistema actual, comprobando que se quedan solos, en el
esfuerzo del cambio, que hay demasiado “lastre funcionarial” que impide la
maniobra.
- Nuestro
servilismo trasnochado
No podía faltar este desmotivador. El servilismo es la deformación del
espíritu acomodaticio, el aceptar lo que sea, cualquier orden, cualquier
estupidez del que manda, con tal de no buscarnos problemas. Haremos lo que sea,
con tal de que no me miren mal, incluso incumpliendo la Ley en algunos casos, o
evitando mencionar ese incumplimiento a quienes nos están exigiendo algo y que
luego deriva en lo que viene ahora.
- Nuestro
secretismo
Sabemos mucho y lo ocultamos a sabiendas. Lo diferencio del mutismo, del
que hablo en el siguiente desmotivador porque hay una parte activa, que en el
mutismo se queda en pasividad, en no actuación. Cuando actuamos secretamente,
buscamos lavar nuestra cara en actuaciones que sabemos que por nuestro
servilismo no son del todo correctas. Podemos por ejemplo, no remitir al
boletín oficial correspondiente algunas actuaciones, y si nos las reclama
alguien, disimular diciendo que ha sido un despiste. Podemos escamotear algún
documento comprometedor que no llega a formar parte del expediente, o que
estando inicialmente, deja de estarlo, sin que se sepa muy bien qué ha pasado.
- Nuestro
mutismo
Es una actitud pasiva, pero que también desmotiva a quienes lo perciben.
Podemos callar ante un hecho que sabemos que conducirá al desastre, simplemente
por venganza, o porque no queremos meternos en líos, que acaben volviendo como
un boomerang contra nosotros, en forma de carga de trabajo o de complicaciones
de diverso tipo, alterando nuestra balsa de aceite. También se puede observar
en esas participaciones en reuniones técnicas en las que se dilucida mucho para
el resto de compañeros y que no llegan a ser comentadas, ni resumidas, ni
comunicadas, no sea que se altere el “buen clima laboral” existente y me vengan
con reclamaciones que tendré que defender en sucesivas reuniones, complicándome
la vida.
- La
promoción interna.
El sentimiento de estar dentro de una “jaula de oro” se puede dar tanto al
principio como al final de la carrera profesional, puesto que depende del ansia
de promoción de cada cual. Hay quien jamás llega a tenerlo y se mantiene
eternamente en el puesto en el que entró desde la oposición, y hay quien no
para de concursar sin ton ni son, esperando encontrar su puesto ideal donde
pueda desarrollarse profesionalmente plenamente. No saben al principio que no
depende del puesto, que los puestos van y viene, y las jefaturas y cargos
políticos de los que dependen también, y por tanto, las incógnitas a despejar
son tantas, que ni el superordenador Deep Blue sería capaz de lograrlo. Al
final se desmotivan amargados ante la falta de futuro.
Junto a estos, nos encontramos con los veteranos que alcanzan el techo de
cristal de los puestos de concurso, y no les apetece para nada, luchar por un
puesto de libre designación que está mal planteado, ya que ni tiene carácter
directivo, ni tiene especiales circunstancias, tal y como indica la Ley. No, es
un puesto de jefatura normal, pero que quiere ser controlado por el poder
político y por tanto, se le pone el filtro, disolviendo como el veneno más
potente la solidez del entramado organizativo constituido y por tanto,
laminando las posibilidades de promoción hacia arriba. Si añadimos en muchos
casos las nulas posibilidades de promoción horizontal entre administraciones
públicas, el sentimiento de estar en una “jaula de oro” se convierte en una
pesada losa tanto para el propio inquilino de la jaula, como para los
compañeros o jefes “propietarios” de la jaula que ven que el pajarito se les
está muriendo de tristeza y no tienen nada para animarle.
- El modo
de reclutamiento y de promoción.
Realmente es aberrante comprobar que una y otra vez consiguen introducirse
en las filas de funcionarios y funcionarias, elementos no deseables, que ni
tienen vocación de servicio público ni el más mínimo interés por el trabajo
bien hecho. Pasar la oposición se convierte en el “objetivo final”, para aterrizar
en un mundo placentero e idílico, sumando efectivos a ese tipo de funcionario/a
que reproduce el sistema actual, que invita al inmovilismo. Así no vamos a
ninguna parte. Si no conseguimos reclutar a quienes quieran ejercer un buen
servicio a los ciudadanos, difícilmente conseguiremos cambiar el sistema.
Esto por no hablar de la carencia de un sistema “altamente efectivo” de
movilidad interadministrativa, dejando a un lado la decimonónica “permuta”, con sistemas de concursos nacionales, que
incluya a todos los niveles, desde la AGE, las comunidades autónomas y a los
entes locales. Aunque sea difícil, debe hacerse cuanto antes. Y para cuándo los
sistemas de acceso unificados, con OPEs generales. Las elites políticas locales
lucharán a brazo partido por hundir ese proyecto, pero si no queremos jaulas de
oro, desmotivación, tenemos que avanzar en este aspecto.
Y qué decir de las libres designaciones, lo que llamé en su tiempo “libre
indignación” de quienes vimos la expansión creciente de esa figura en las
relaciones de puestos de trabajo, fuente de corruptelas, silencios, servilismo
y tantos y tantos factores desmotivadores.
- La
falta de compromiso de las jefaturas
No hay peor desmotivador para cualquier funcionario de cualquier
administración pública que comprobar que tu superior inmediato no se compromete
para nada. Aquí voy a volver a contar la historia de los huevos con tocino, que
me contó mi buen amigo Txomin Basaguren durante unas jornadas de formación en
materia de calidad en la Administración Pública. Nos decía que para apreciar la
diferencia entre comprometerse y colaborar debíamos tener en cuenta cómo se
cocinan los huevos con tocino. En este caso,
la gallina “colaboraba”, pero el cerdo “se implicaba”. No hace falta
decir más para entender qué debemos hacer los jefes y jefas respecto a nuestras
tareas, cómo implicarnos, o de lo contrario, la desmotivación se extiende como
una mancha de aceite entre nuestros colaboradores o subordinados. Si les
llamamos colaboradores tendremos claro hasta dónde llega su nivel de
implicación o compromiso, que en resumen, viene con el puesto de jefatura. No
nos engañemos.
- Carencia
de la unidad de “servicios internos”
Vemos en las pelis policiacas, sobre todo en las americanas, a estos
señores de oscuro, serios, malencarados, provocadores, los de “servicios
internos” que intentan mantener la disciplina en un cuerpo armado y dotado de
autoridad administrativa. Casi nada. Pues bien, cuando lo trasladamos a la
realidad administrativa española, nada de nada. Sí que hay un procedimiento
sancionador, profundamente garantista, faltaría más, pero que queda en manos
ejecutivas de los propios funcionarios. Se forma una especie de jueces instructores
que elevan a Función Pública sus averiguaciones y conclusiones para que sea
redactado el fallo, sancionador o no. Pues bien, casi nadie de quienes han sido
llamados para actuar en esas instrucciones se ha sentido capaz de llevarlo a
cabo. Es una tarea más que te asignan, que se suma a lo que ya tienes
habitualmente. Imagínense el nivel de implicación que se puede llegar a tener,
y eso frente a un compañero funcionario/a al que tienes que juzgar en primera
instancia. Simplemente no funcionan correctamente, es un procedimiento
trasnochado, lento y farragoso, costosísimo en tiempo, y poco especializado. La
sensación de hacer mal las cosas y de que hay muchos de esos pocos funcionarios
sinvergüenzas que consiguen librarse de una sanción grave o mejor aún, muy
grave que llegue a apartarles definitivamente de la Función Pública, socava la
moral general, lanzándose al aire frases del tipo “aquí no hay nada que hacer”,
“se va a ir de rositas”, “siempre acaban encontrando una mala excusa que se
acepta”, que tienen una fortísima carga
de desmotivación. O profesionalizamos en la Función Pública la existencia de
personal especializado en estas funciones disciplinarias internas o seguiremos
viendo a los “malos” campando a sus anchas, arruinando la ilusión de quienes
quieren hacer bien las cosas. Necesitamos a un buen sheriff que imponga la Ley
y el orden.
Y hasta aquí he llegado. Me temo que demasiado lejos. Sé que podría haberme extendido mucho más, pero seguro que acabaría aburriendo a toda aquella persona que con ilusión había iniciado la lectura de una entrada en este blog que habla de la motivación del funcionario público. Casi nada.