viernes, 17 de enero de 2014

Sé inteligente, no te pongas el cinturón...

Por supuesto que tienes que ponértelo si conduces, pero no te pongas esa elegante prenda de vestir, generalmente fabricada en cuero,si quieres vivir cómodamente en el único Paraíso terrenal que puede llamarse así desde Adán y Eva, también conocido como Función Pública. No te lo pongas porque tendrás que facilitarte continuamente el laborioso trabajo de bajarte los pantalones en medio esta jungla humana,  no precisamente de cristal por mucho que la Ley de Transparencia anunciada por el gobierno Rajoy esté ya publicada en el BOE. Por cierto, prometo leerla de cabo y rabo y exponer en este medio mis impresiones y ensayar mis nuevas adquiridas capacidades adivinatorias sobre su futuro práctico y su inevitable desvirtuación...

Pero es que si existe un Paraíso también tiene que haber un Infierno, en el que sufren, penan y malviven un interminable calvario de despropósitos un puñado de funcionarios eficientes, transparentes, ejemplo de buen hacer, motor de lo poco que consigue funcionar con sentido en esta España del siglo XXI. Paraíso para algunos pero Infierno viviente  para otros por culpa de tanto disparate administrativo, órdenes políticas sesgadas, malintencionadas, retorcidas, y por supuesto muy interesadas en cuanto a la finalidad de sus desvelos por esa ciudadanía (lamentablemente) silenciosa, a la que desconocen continuamente. Y no me estoy refiriendo a la "masa" funcionarial con escasa capacidad de decisión y consejo, meros actuadores, sino  a ese pequeño grupo de funcionarios  que tiene la responsabilidad de defender lo público, lo que es de todos y de todas, lo nuestro en definitiva, a través de informes preceptivos y muchas veces vinculantes, parte de un procedimiento administrativo que busca precisamente defenderlo, protegerlo de manos ambiciosas amigas de lo ajeno.

Es realmente difícil conseguir mantener la independencia ante situaciones claramente ilegales promovidas por quienes han sido elegidos supuestamente por el pueblo. Lo fácil es dejarse llevar y ser obediente. No lo seas y te pondrán a prueba en una escalada creciente de sugerencias no sugeridas, comentarios altisonantes, llamadas telefónicas de amigos "advertidos" y alarmados por la autoridad vigente, paseíllos a sus despachos, retirada de la palabra, apartamiento laboral de otros casos similares, y finalmente, "apuntamiento" en la lista negra de funcionarios díscolos que no tragan y que no se someten al poder político de turno.

Mas tarde o más temprano llega ese fatídico momento y no puedes evitarlo. Tienes que tomar partido por quien manda o por el pueblo (ese gran olvidado), por cumplir la Ley o por contrario, escabullirte entre los múltiples vericuetos del procedimiento administrativo español, dejando atrás informes que no dicen nada, ni a favor, ni en contra, pero que permiten de hecho que el político sin escrúpulos avance en su siniestra tarea de hacerse con una parte más o menos importante de lo que es de todos.

Pero si al final mantienes tu cinturón atado, si tus pantalones no caen al suelo, entonces entras a formar parte de un glorioso club de funcionarios díscolos, mal vistos por la clase política dirigente (esto último es un decir), minoritario, arrumbado en cualquier despacho no preferente, evitado por los obedientes, temerosos de una contaminación visual no deseada, que les pudiera meter en problemas. Ellos se sienten entre los salvados, entre los supervivientes, sabedores de que les deben algún favor, más o menos valioso, que tarde o temprano se podrán cobrar.

En esa guerra soterrada entre funcionarios con principios por una parte, y políticos por la otra, las batallas se suceden con abundantes derrotas de los primeros, y que para mayor desgracia suya  son desconocidas para la sociedad civil a la que sirven, mezclados en un totum revolutum de lo público, claramente perjudicial para su imagen, generando un intenso sentimiento de aislamiento social, de expatriado interior, de incomprendido.

Y lo más llamativo es que esa sociedad civil, tan dura con ellos, comienza a reaccionar. Es realmente significativo que en todos los barómetros de clima social que el CIS elabora mensualmente desde hace ya muchos años, el problema de los políticos y el problema de la corrupción y fraude generalizado se dispare de una manera alarmante en los últimos tres años, como puede observarse claramente en este gráfico que he elaborado a partir de una serie temporal muy amplia. Esto nos permite comparar varios periodos de bonanza y de crisis económica, con distintos partidos políticos en el poder. El malestar con los políticos y los partidos viene larvándose en una serie ascendente neta desde hace ya muchos años Además el problema de la corrupción y el fraude, apenas mencionado por los españoles hasta finales de 2010, muestra una explosión terrorífica a partir de finales del año 2012, superando incluso el espectacular 30% de españoles que consideran a los partidos políticos y a los propios políticos un problema para este país, rozando el 45% y manteniéndose durante todo este año pasado 2013 en un horrendo, espantoso e inaceptable 35%. Observen la gráfica de la vergüenza:
Elaboración propia a partir de datos  obtenidos en la web del CIS 
En este caldo de cultivo tiene que moverse el funcionario que intenta hacer su trabajo dígnamente, aportando su conocimiento para la defensa de lo público, sabiendo que en muchos casos será arrinconado e ignorado para siempre, lamentablemente confundido en el exterior, en la sociedad civil, con los funcionarios sumisos y sus amos, los políticos que actualmente nos malgobiernan.

¿Pero qué se puede hacer? Transformaciones desde dentro de la Administración Pública leo por aquí y por allá. ¿Intraemprendizaje de los funcionarios valientes? ¿Innovación de lo público?  Más y más palabras, conceptos, ideas que yo concedo que son voluntariosas y bienintencionadas, pero a mi juicio ineficaces. El mal está asentado muy dentro de esta sociedad, una sociedad que aceptó, consintió, que permitió esta forma de hacer política, de impedir la construcción de una Administración Pública verdaderamente al servicio del pueblo, que se encogió de hombros mientras las cosas le fueron bien, en conjunto, a un gran número de españoles. Los partidos políticos actuales reflejan la forma de pensar y actuar del ciudadano medio (al menos la pasada forma de pensar y ser), integrante de una sociedad en la que el absentismo social y político es la nota predominante, que vivió en su Tierra Prometida cómodamente, dejando hacer, aceptando, perdonando y aún peor, finalmente volviendo a votar a quienes ya estaban demostrando que no tenían límites para su ambición.

Solamente la evolución de ese gráfico con las líneas roja y azul constantemente situadas en esa amplia banda del 35% al 50% puede darnos alguna esperanza de que ya somos muchos los convencidos de que tenemos que cambiar, que tenemos que reconocer que estamos enfermos, que lo hemos hecho mal, como quien es alcohólico o drogodependiente y hasta que no lo reconoce no comienza su cura. Es hora de decir basta y de rechazarles. Los sucesos de Gamonal en la ciudad de Burgos esta tercera semana de enero de 2014 me han devuelto la esperanza. Tal vez el umbral se encuentre en el 50% y entonces la sociedad española, mi sociedad, se decida a actuar, comenzando por reconocer su enfermedad antes de aplicarse a sí misma el correspondiente tratamiento.