domingo, 3 de abril de 2011

Funcionarios y políticos

Venía paseando hace pocos días con un compañero, en uno de esos periodos de tiempo que ahora se llaman oficialmente “PAUSA JORNADA” en nuestro maravilloso sistema de control de presencia (fíjese la persona lectora en el determinativo asociado a la palabra control), cuando surgió de nuevo el tema de nuestra participación en la definición de los objetivos de nuestro departamento. De entrada suena bien, a mí así me lo parece. En cualquier caso, debo confesar que algo en mi interior no está de acuerdo completamente.


Como muchos otros ciudadanos, me encuentro en el grupo de los que no nacieron en un periodo democrático, ni tan siquiera considero que haya vivido en una sociedad profundamente democrática, en la que hablar claro y alto sobre lo que pensaras de esto o aquello, sin temas tabúes de ningún tipo, podía conducirte al cementerio en casos extremos. Realmente conoces las sociedades en las que vives regularmente. Al menos no soy de los que creen a pies juntillas lo que les dicen los viajeros de quinces días o incluso de un mes cuando vuelven narrando “maravillas” o “decepciones” de los lugares que han visto. Y me tengo que remitir tan sólo al verbo ver, muy alejado del de “conocer” o incluso “vivir”.

Así que partiendo de la premisa de que sólo conozco esta sociedad (la vizcaina) y un poco menos la vasca y un poquito menos la española en general, me tengo que limitar a afirmar que la media de la cultura democrática y participativa de la ciudadanía está muy marcada por los hechos históricos y sociales que han vivido en los úlitmos 35 años. Los menores de 18 años lo verán de otro modo, porque lo habrán vivido en otras circunstancias. Si estoy insistiendo tanto en este aspecto es porque realmente creo en la participación ciudadana en la actividad política de base, además por supuesto de en las diversas actividades sociales y culturales.

Pero no es el momento de entrar en el debate de democracia participativa sí, democracia participativa no. Esa promesa que les hice aún está sin cumplir, y mis comentarios al maravilloso libro de Ramón Soriano y Luis de la Rasilla “Democracia vergonzante y ciudadanos de perfil”, siguen pendientes de una redacción clara para incorporar a uno de mis posts en este blog. Sentada y reafirmada mi vocación democrática y participativa, tengo ahora que pasar a la zona de los “peros”…

Efectivamente, tengo algún reparo que contarles, que se encuentra en lo que llamo oportunidad del lugar y del rol. No es cuestión del momento, que casi siempre considero que será oportuno. No, más bien se trata de nuestro rol social cuando participamos y de cómo podemos alterar profundamente la calidad democrática de nuestras opiniones al sobreponderar nuestra capacidad de influencia neta sobre el proceso deliberativo. Por ejemplo, analicemos el caso de nuestra participación como funcionario/as en ese debate sobre objetivos del departamento, del ministerio, del ayuntamiento… Veamos los pros y los contras.

Parece evidente que la principal ventaja de nuestra participación podría ser el conocimiento de los sectores económicos y sociales en los que nos movemos a diario, sobre todo si el funcionario en cuestión tiene una relación directa, o “de peso”, en la gestión de los diversos programas públicos, servicios públicos o control y evaluación de convenios. Si además tiene bastantes “trienios” en su nómina, es indiscutible que debería haber acumulado mucha experiencia, además de ser consciente de la constante evolución de la sociedad a la que sirve. Intento encontrar alguna otra ventaja y debo ser sincero, me empiezan a asaltar las desventajas, ennegreciendo el paisaje. Pasemos pues a enumerar alguna de ellas.

Quizá la peor de todas y para la que no tengo una solución a corto plazo, sea el corporativismo. Ser arte y parte en lenguaje vulgar tiene difícil solución. En cualquier debate en el que aparezca un funcionario defendiendo la actividad pública o promoviendo políticas públicas en las que va a tomar parte directa, pierde parte de credibilidad, y mucho más en estos tiempos duros del neoliberalismo a ultranza, con lo público cuestionado constantemente. La cercanía al poder político ejecutivo puede ser otra desventaja importante. Conocemos demasiado de cerca los entresijos de la elaboración y aprobación de políticas públicas como para no saber influir sobre ellas, las más de las veces en forma de reglamentos que ya no pasan por el filtro de la democracia parlamentaria y muchísimo menos de la democracia participativa. Para ello falta abrir muchísimo más la gestión administrativa pública al escrutinio de la sociedad. Los defensores del pueblo, arartekos y similares, aún están a años-luz de disponer de herramientas de control de la gestión administrativa que sean eficaces, y que nos hagan poner las pilas “permanentemente” al funcionariado. Se utiliza demasiado, a mi parecer, en control político, que es cierto que influye y mucho en la gestión, pero se utiliza poco para poner “coloraos” a los funcionarios “baguettes” que todavía pululan por los edificios administrativos de este país.

Pero aún me queda por aportar la opinión más contundente y que puede dar lugar al mayor y más acalorado debate que haya podido nunca surgir en este blog: la legitimidad del funcionariado para tomar parte en ese debate de objetivos. ¿Qué legitimidad tenemos en un debate político? En mi opinión la del ciudadano, por supuesto. Ni más ni menos, la más importante. Creo que es incuestionable. Pero…¿podemos tener doble rol de ciudadanos y de funcionarios en ese debate dentro de un departamento, ayuntamiento o ministerio? Rotundamente no. No es el lugar para actuar como ciudadanos dentro, y por tanto, no deberíamos actuar como funcionarios, puesto que abusaríamos de nuestra especial condición social. Seríamos unos privilegiados. No es el lugar, así de claro y así de fácil.

Es más, concluyo…si yo fuera un alto cargo político y alguien me pidiera participar en un debate sobre objetivos le diría amablemente y con una sonrisa de oreja a oreja que creara un partido político, que realizara ese debate, que se presentara a las elecciones de turno dando a conocer al resto de ciudadanos su programa al efecto y que les convenciera consiguiendo su voto para hacerle llegar al gobierno de turno. No puede haber puerta de atrás. Si estamos en contra de los lobbies y de su capacidad de influencia sobre nuestros gobernantes, y para eso pedimos y exigimos mayores niveles de democracia participativa, mayor transparencia en la deliberación política y de paso, mayor eficiencia en la gestión administrativa, no podemos ponernos “la visera y los manguitos” para llevar a cabo prácticas similares a las que denunciamos, aunque sea con la mejor de las intenciones, algo que no discuto ni pongo en tela de juicio de ninguna manera.

Finalmente, para intentar cumplir con el objetivo práctico de este blog, quiero aportar alguna solución práctica al debate que nos ocupa. Si el tema en este lugar no es el correcto, al menos podemos retomar una buena parte del mismo para debatirlo con toda la legitimidad ganada como funcionarios: la modernizacion administrativa y el servicio público frente a la ola de neoliberamismo irracional que nos invade. Creo que olvidamos muchas veces la razón de ser de nuestros puestos de trabajo y quedamos desconectados de la realidad social en la que vivimos. Si no somos capaces de reconocer abiertamente en un vagón de metro silencioso, lleno hasta la bandera de gente, que “soy funcionario/a y me siento orgulloso del trabajo que realizo”, querrá decir que el camino para mejorar nosotros mismos es aún muy, muy largo, y donde podemos y debemos ocuparnos al ciento por ciento. No hay tiempo para el aburrimiento.

La Sociedad nos lo demanda a gritos. Adelante y al tajo!